• Contact
  • Connexion

Venezuela, otra revolución traicionada

Si Maduro perdió es porque cosechó el repudio y el desencanto de las mayorías del pueblo. Ni Ortega, ni Maduro son víctimas de planes imperialistas.

Junto a millones de militantes de izquierda en el mundo, el proyecto popular bolivariano, liderado por Hugo Chávez, nos llenó de esperanzas. Él llegó al gobierno en las elecciones de 1998, limpiamente, y una vez en el poder tuvo la osadía de empujar una Constitución muy avanzada en la que se reivindicaba la democracia política, económica y social, y se establecían amplios espacios a la participación ciudadana, entre ellos los plebiscitos para revocación de mandatos, a los que se sometió varias veces, resultando incuestionablemente respaldado por el voto popular. Se puede criticar a Chávez por la deriva caudillista y personalista de su liderazgo y otros errores en materia de política económica, pero nunca de haberse robado elecciones para mantenerse en el poder.

Chávez formó parte del ascenso de fuerzas progresistas que llegaron democráticamente al poder, con una propuesta de transformaciones profundas en una Latinoamérica llena de cicatrices y heridas aún sangrantes, resultados de intervenciones —abiertas o encubiertas— de parte de los Estados Unidos y de dictaduras de derechas y gobiernos militares, que dejaron miles de desaparecidos y asesinados. Era una propuesta para un continente que padecía profundas desigualdades sociales, con mayorías empobrecidas por la corrupción y el despojo de nuestros recursos, y además políticas neoliberales (privatizaciones, desregulación laboral, dictadura de mercado, abandono de políticas sociales), instaladas como recetas en todos nuestros países.

Es claro que luego el proyecto fue totalmente pervertido. Baste decir que, si la principal intención de los proyectos transformadores era mejorar las condiciones de vida de las grandes mayorías y acabar con las desigualdades, esos propósitos fueron abandonados por las nuevas élites, reduciéndolos a un propósito de poder por el poder, para beneficio de los intereses materiales de minorías económicas, de los gobernantes o asociados a él. Estos fracasos explican el dolor de la migración de millones de venezolanos, las dificultades sociales que viven amplios sectores dentro del país y el colapso de su economía.

A final, la dirigencia de esa anunciada revolución derivó en burocrática, autoritaria y represiva. Lamentablemente esos vicios ya los habíamos padecido con las dictaduras de derecha, pero también con proyectos como el del Socialismo Real (elevados exponencialmente en el estalinismo) y los vivimos en nuestra propia experiencia en Nicaragua, con la mutación de las aspiraciones de la revolución sandinista a la dictadura orteguista pura y dura. Para nosotros, Venezuela no es más que el caso de otra revolución traicionada.

Los nicaragüenses hasta hoy seguimos soportando una dictadura que, con palabrerío antiimperialista y socialista, ha aplastado la democracia y la independencia de poderes, perseguido toda opinión disidente e instaurado un sistema totalitario, absolutista, sultánico y mafioso, que despues de asesinar y apresar, ha expulsado no solo a la oposición política, sino a liderazgos sociales, defensores de derechos humanos, periodistas independientes, religiosos, feministas, antiguos líderes sandinistas, desnacionalizando a muchos, y manteniendo una política tan violenta y sistemática que ha alcanzado el nivel de crímenes de lesa humanidad.

Por todo ello, la apertura de las posibilidades de elecciones libres en Venezuela y sus resultados no puede sernos indiferente. No lo vemos desde la fría posición intelectual de algunos que tal vez no han padecido de cerca el sufrimiento directo de las dictaduras. Lamentablemente, algunos de nosotros ya vamos luchando contra dos dictaduras. Antes con las armas en la mano, viviendo desde la adolescencia en la clandestinidad, viendo a nuestras hermanas víctimas de violaciones en las cárceles, y en ambas dictaduras padeciendo por tanta gente masacrada, injustamente apresada, desterradas y perseguidas, padeciendo el sufrimiento, que siempre se ensaña en los más vulnerables : los pobres.

Cierto, al igual que en el caso de Nicaragua, en Venezuela las alternativas opositoras de izquierda son impensables, porque los regímenes de Ortega y Maduro exacerban su persecución contra aquellos que vienen de las filas originarias de la revolución y porque exponen la naturaleza reaccionaria de estos gobiernos. Pero quienes desde las izquierdas vemos a las familias desgarradas, la patria empeñada, el Estado y las instituciones colapsadas, y el terror instalado como el modus vivendi cotidiano, no tenemos duda alguna : el primer paso es acabar con la dictadura al precio que sea.

La democracia es así. Países latinoamericanos han transitado de gobiernos progresistas a regímenes neoconservadores, como ocurrió en Brasil con Bolsonaro y en Argentina con Milei, pero mientras se respete un mínimo las reglas de la imperfecta democracia, el desafío es la construcción desde abajo de proyectos alternativos y someterlos a la decisión soberana de los pueblos. Pero en dictadura, sea que se reclamen de izquierda o derecha, ese derecho es conculcado, aplastado, pervertido. Y las elecciones, robadas.


Les opinions exprimées et les arguments avancés dans cet article demeurent l'entière responsabilité de l'auteur-e et ne reflètent pas nécessairement ceux du CETRI.

Mónica Baltodano, ancienne commandante et ministre sandiniste (Nicaragua), en visite au CETRI en février 2024.
Mónica Baltodano, ancienne commandante et ministre sandiniste (Nicaragua), en visite au CETRI en février 2024.