Indiferencia
Juanito pasaba y pasaba cerca de la casa donde vivía Juanita, él de 20 y ella de 13. La madre detecta que su hija se inquieta y preocupada recurre al reverendo de su iglesia, a él le pide consejo y oración. Pero el reverendo, con total indiferencia, le dice : “¿De qué se extraña ? Eso es normal, mi hija con 12 años se la robaron”. La madre se había arrimado al árbol equivocado ; en el camino se desahoga con su amiga : “Si tan solo fuera un hombre trabajador, pero ¡es un vago !”
Elie Wiesel, premio nobel de la paz y sobreviviente del holocausto, dijo una vez : “Lo opuesto del amor no es el odio, es la indiferencia”. En el relato el religioso muestra total indiferencia ante el hecho que mujeres menores de edad son “robadas” por sus (futuros) hombres, hasta le quita agencia (decisión) a las mujeres. Es una indiferencia compartida por la mayoría de las personas adultas del área rural, docentes de escuelas, funcionarios del Estado y miembros de organizaciones. La misma madre en el relato, aunque preocupada por su hija, se resigna a esa regla : “Si tan solo fuera un hombre trabajador” –una frase que es como “amor a la valenciana”, esperando que en el plato de arroz salga alguna pechuguita de pollo, que el hombre resulte ser “trabajador” aunque esté cubierto de abundante “arroz” (abusos y deslealtades). ¿Cómo ese hecho social de “robarse” se normalizó y cómo pueden las sociedades rurales despertar y cultivar el amor ?
1. La normalización del “robarse”
Mientras en las sociedades europeas el formar parejas se posterga hacia los 30 años de edad, en las áreas rurales de Centroamérica parece adelantarse a menos de 16 años de edad. La mayoría de las muchachas entre 12 y 16 años de edad son “robadas” por sus (futuros) hombres mayores de 18 años, o que “se van” con ellos una noche donde los perros ladran al “ladrón” y le lloran a sus amadas. Desde ese momento ellas truncan su adolescencia (12 a 18 años), no viven su juventud (14 a 26 años) y pasan directamente a ser madres ; se vuelven niñas madres.
Aquí se juntan entre 12 y 16 años. Hace poco una muchacha de 12 años se juntó con uno de 19. Sus padres fueron a quitarla y después de unos días la chavala se volvió a ir. Otra de 13 años se la roban, volvió a las dos semanas con su hombre de 20. Ellas están en la edad de la locura. Al enterarse la gente dice : “Pobrecita la Mamá, tanto que la cuidaba, tan bonita que estaba, ¡ni modo !” Todo eso se vuelve normal. En mi tiempo nos juntábamos a los 16 y 18, ahora se van más chavalas”. (Luvian Rivas, comunidad Villanueva, El Jícaro).
Esta historia es común en casi cualquier comunidad rural. ¿Qué ha hecho que esas prácticas se hayan vuelto normales ? En los recovecos de los caminos se oyen varias razones.
Papás y Mamás no dejan salir de casa a sus hijas ni les dejan tener amistades, por lo que las muchachas se sienten obligadas a enamorar a escondidas o al chateo
En las iglesias predican que las medidas de prevención para no quedar embarazada es pecado, y que una muchacha que tenga uno y después otro novio es “mujer hoyada” ; en cambio si un muchacho tiene una sola novia le dicen que es “poco hombre”
Las muchachas creen que saliendo de su casa serán libres
Hay presión social porque una muchacha no llegue soltera a los 18 años : “Te va dejar el tren”, “gallina vieja con una hervida ya no se cuece”
Desde niña la visten como mujercita, con falda cortita, así los chavalos buscan enamorarla. Es que cuando cuando lo de abajo se calienta lo de arriba no piensa… “Ya cuando agarran callejón nadie las detiene”.
Estas respuestas son como hojas de árboles. ¿Qué las sostienen ? En la figura listamos las creencias que mueven voluntades humanas adversas a las adolescentes.
Las adolescentes se hacen bullying, o “burlin” como se dice popularmente : “La moda es que la chavala no sea virgen”, las y los adolescentes ven lo de ser virgen como “algo del pasado”. ¿Qué significa esto ? En un contexto de baja densidad poblacional y comunidades estables, con poca emigración e inmigración, el valor comunitario de “llegar al matrimonio siendo virgen”, a pesar de expresar desigualdad entre mujeres y hombres, evitaba embarazos tempranos y se empujaba a que las parejas resulten de ser mayores de edad. El contexto de los últimos 30 años es diferente, hay comunidades muy inestables y presas del conservadurismo religioso que mira como “pecado” el usar medidas de prevención para no quedar embarazada ; leamos de nuevo “el consejo” del reverendo en el relato “Indiferencia”, un consejo que no está basado en la Biblia sino en una regla informal del patriarcado. Este cambio de contexto ha dejado colgado los valores de “ser o no ser virgen” sin embarazarse ni juntarse, por lo que una muchacha que se embaraza sin desear el embarazo se ve obligada a juntarse (o casarse) a la edad que sea, “para que el hombre me haga valer y no quedar como mujer hoyada”. Una regla tácita es : “te embarazas y te juntas”.
Mamás y Papás dan un trato diferenciado a sus hijas e hijos. Es raro que un muchacho de 16 años o menor a 16 se junte (case). Su Mamá y Papá lo aconsejan seguido : “No te vayas a hacer de mujer, no agarrés responsabilidad al traer una mujer ; si te hacés de mujer tienes que trabajar más duro”. Mientras a la hija la aconsejan diferente : “Ahí vas a salir pansona”, asumen que cualquier “salidita” ya es sexo ; no le dicen “cuidate, te amo, no quiero un mal para vos” ; ni le dicen cómo cuidarse para un “sexo sin embarazo”. ¿Por qué esa diferencia ? La mentalidad de la Mamá y del Papá es que una hija es un gasto para la familia y que si se va (o “la roban”) es “un bocado menos” ; o sea, indirecta pero efectivamente están expulsando (“entregando”) a su hija. Una regla tácita en las familias es que “el hijo traiga una mujer y que la hija se vaya del hogar”.
En muchas comunidades solo hay hasta 6to grado (educación escolar). La mayoría de Mamás y Papás no insisten en que su hija siga estudiando. “Para qué, si se me va a ir” –se justifican. En 6to grado las y los adolescentes están con 12 años de edad, por lo que la frase insinúa “que se vaya”. Si la hija estuviese concluyendo su secundaria con 17 o 18 años de edad, estando próximos a estudiar en la universidad, esa misma frase podría interpretarse diferente, como el tener pocos recursos.
La regla familiar que más daña a las hijas es que ellas nacieron sin derecho a la herencia de la tierra. Esta regla se corresponde con la idea anteriormente expresada, que las hijas son un gasto y una “carga” familiar.
Todas estas reglas son sostenidas por instituciones autoritarias de la familia, de la iglesia y del Estado. Son como un tsunami al que difícilmente las hijas mujeres pueden escapar ; “tsunami” es una ola de grandes dimensiones que arrastra todo a su paso, lo uso en su sentido figurado. “Naciste sopla fuego”. “Eres una carga para la familia”, “eres un bocado más”, “no tendrás herencia”, “pecado es coger sin parir”, “no vas a estudiar porque te vas a ir”, “no te queremos a como queremos a tu hermano”, “vete de casa”… Dificilmente alguien puede resistir a ese tsunami de actitudes y acciones ;. Es así que pasa del dominio del padre al del marido, siempre bajo la institución de la familia, legitimado por la iglesia conservadora : “obedece a tu marido, ayuná para encontrar perdón” ; o sea, aun siendo arrastrado por el “tsunami social”, ella sigue apareciendo como “culpable”. Y ello bajo la indiferencia de las sociedades –hermanos, personas adultas, organizaciones e instituciones.
Esas realidades desiguales y autoritarias han sido normalizadas por las asimétricas estructuras de poder. En el ámbito religioso lo encubren manipulando la Biblia, de que “el hombre es cabeza de hogar, dijo el Señor” ; pero Jesús no lo dijo, mas bien Jesús atacó frontalmente a esa familia patriarcal y autoritaria (ver Mateo 12 : 46-50). En el ámbito de la familia, el decir “se la robaron” hace aparecer a la familia como víctima, como la “dueña” de la “hija” donde ella es un objeto “robable”, que “sobra” y que su destino es ser mantenida (y dominada) por un hombre. Detrás de todo está el capitalismo patriarcal que empuja a la familia hacia el monocultivismo, a “tuquiar” sus tierras y a expulsar a sus hijas para parir mano de obra barata a temprana edad.
Es decir, Mamá y Papá, junto con los religiosos, se someten a la institución del capitalismo patriarcal. Es este sistema que les “roba” a la niña o a la adolescente, porque la ven como cosa, como burusquita social, como “matriz” para parir mano de obra barata. Esa práctica, aun cuando la niña o la adolescente diga que por su voluntad se va, es en contra de su voluntad ; es el abuso de ese sistema que la hace repetir que “le roban por su voluntad”. O ¿hay personas en su sano juicio que quieran ser “robadas” para no tener su juventud, para pasar de niñas a madres y para eventualmente volverse “madres solteras” ?
2. Enfrentando el desafío de cambiar las cosas
Despertar y cultivar el amor. ¿Cómo ? En la sección anterior deconstruimos “la normalidad” y mostramos que esas realidades están conectadas y sostenidas por diferentes instituciones, de las que somos parte. Ese es un camino para despertar.
Luego las sociedades rurales deben trazarse metas para cultivar el cambio. Una comunidad puede proponerse el que sus hijas e hijos se junten o se casen despues de los 18 años de edad [1]. Ello les permitirá vivir su adolescencia y entrar a la juventud, fase en el que encuentren su amor, su alma en la otra persona, ese amor conciente y divino que Jadorowsky describe (ver recuadro) en el que amor es querer que la otra persona progrese en su propio camino. Las y los jóvenes tendrían más tiempo para cultivar su capacidad de discernir lo que quieren ser y no lo que la sociedad quiere que sean. Con esa meta se reduciría el riesgo de que sus hijas e hijos, nietas y nietos, crezcan en horfandad, y aumentaría la probabilidad de que la nueva pareja procree conciencia como su memoria y su identidad, en lugar de someterse a la creencia de que “los hijos Dios los dá”.
Esta perspectiva podría ser posible si las iglesias siguieran a Jesús, si en las escuelas las y los profesores impartieran educación sexual basada en la ciencia y no en prejuicios religiosos, si el Estado penalizara el que las parejas se formen con menores de edad, y si Papá y Mamá comprendiesen que su amor a sus hijos e hijas no debe discriminar a sus hijas.
¿Cómo podemos lograr ese horizonte ? Comencemos en casa. Una familia que ame por igual a sus hijos e hijas, puede infundirles la idea que pueden enamorar con responsabilidad (sin embarazos) y que sin distingo de sexos tienen igual derecho a la herencia familiar y a los estudios, por lo que no hay razón de “irse” de la casa ni “traer” a alguien antes de los 18 años de edad. La familia puede hasta ser más específica con su hija : “te heredaré tierra cuando seas mayor de edad, si quieres desde ahora puedes ir trabajando 1 mz de tierra” ; “estudiá todos los días y todo lo que puedas, haremos de tripas corazón para apoyarte a ti y a tu hermano”.
Esta práctica de la familia puede ser apoyada por las organizaciones asociativas y cooperativas que como el viento remueva las hojas podridas de nefastas creencias. A la familia asociada que logre que sus hijas no se “vayan” antes de los 18 años, la cooperativa les apoye con becas para que la jóven realice sus estudios universitarios. También puede proveerles una ternera o una cerda a la hija de la persona asociada con entre 12 y 16 años de edad, para que ella aprenda a ahorrar e invertir [2]. Estas prácticas haría que las hijas e hijos aumenten su auto estima y contribuiría a que las escuelas y las iglesias revisen sus mentalidades y reconozcan que las adolescentes tienen derecho al amor y a vivir su juventud. Las frases más oídas serían : “Te quiero hija, igual que a tu hermano”, “les daremos herencia por igual”, “estudien hija e hijo, les ayudaremos con todas nuestras fuerzas”, “mi hija e hijos son mi tesoro y jamás una carga”.
3. A manera de conclusión
Al iniciar este artículo nos preguntamos cómo el “robarse” se normalizó y cómo las sociedades rurales pueden dar lugar al amor. Identificamos varias creencias que sostienen esas adversidades en contra de las hijas mujeres. El sexo como pecado, el hombre mantiene a la mujer, la hija como gasto, la hija sin derecho a estudios ni a herencia. Todo ello como un tsunami : “hija, vete de casa”.
Parte del despertar es darnos cuenta de esas realidades. Con ese punto de partida, las comunidades pueden proponerse el remover la indiferencia cementada en nuestras sociedades y trabajar para que nadie haga pareja antes de los 18 años de edad.
Para alcanzar ese propósito deben pasar dos cosas. Uno, que las familias le aseguren a hijas e hijos sus derechos igualitarios con relación a la herencia de la tierra y de los estudios, precisamente como fruto del amor hacia ellas y ellos. Dos, que las cooperativas y asociaciones apoyen a que las familias no se descampesinicen, enseñen a las hijas de las personas asociadas a ahorrar e invertir desde temprana edad y que les provean becas para sus estudios universitarios.
En correspondencia, una comunidad con muchachas que llegan a sus 18 años de edad sin juntarse o casarse, podría ser un indicador de que estamos ante una comunidad viva donde la indiferencia se erosiona, no hay niñas madres y que es una sociedad que también cultivan el amor.