I - Los debates en torno a la recolonización y las resistencias
Los debates actuales en torno al pensamiento crítico remiten a viejas polémicas sobre el papel de los intelectuales, en general, y de la academia, en particular, en los entornos altamente conflictivos de la sociedad capitalista, y en sus derivas neocoloniales e imperialistas en las que hemos estado inmersos desde el momento en que hacemos conciencia de que nuestras disciplinas sociales, como en mi caso, la antropología, surgen directamente de procesos de conquista de territorios, etnocidio, genocidio y múltiples violencias que los acompañan. Recordemos, entre muchas, la colaboración estrecha de científicos en el sustento del racismo, —en sus expresiones más extremas que llegaron al exterminio—, del régimen nazi-fascista. También, es necesario tener presente la elaboración y puesta en práctica, por científicos sociales, entre ellos, al menos 140 sociólogos, de lo que sería conocido como Proyecto Camelot, que financió el gobierno de Estados Unidos en los inicios de los años sesenta, y que tenía como objetivo investigar las causas de las revoluciones sociales y las posibles políticas para prevenirlas, todo esto, en el contexto del triunfo de la revolución cubana en 1959. Por cierto, me consta que en México también hizo su presencia el Proyecto Camelot.
Se pensaría que este tipo de involucramiento de las ciencias sociales y de extravío total de pensamiento crítico, son asuntos del pasado, sin embargo, en mi libro : Estudiando la contrainsurgencia de Estados Unidos : manuales, mentalidades y uso de la antropología [1], denuncio y demuestro, precisamente, el papel de antropólogos, geógrafos, y otros especialistas afines, en la conformación de los llamados equipos humanos en el terreno en cada una de las brigadas de combate de las recientes guerras neocoloniales del gobierno de Estados Unidos en Irak y Afganistán. Este programa, y otros financiados por un consorcio del Pentágono denominado Minerva Iniciative, están involucrados en planes contrainsurgentes, como el que se conoció en nuestro país como Proyecto México Indígena, apoyado por la Universidad Autónoma de San Luis Potosí, que constituye parte de las Expediciones Bowman que, de manera concisa, implicaría la utilización de la geografía para un mapeo de regiones de interés estratégico para Estados Unidos, con fines militares, geopolíticos y de beneficio corporativo. [2]
Por cierto, uno de los supuestos “teóricos” más importantes de estas Expediciones Bowman, proviene del teniente coronel Geoffrey B. Demarest, quien antes de formar parte del Proyecto México Indígena, como uno de sus analistas principales, contaba con una hoja de servicios en favor de los esfuerzos contrainsurgentes del imperialismo estadounidense en América Latina. Demarest fue entrenado en la Escuela de las Américas, y fungió como agregado militar de la embajada de Estados Unidos en Guatemala entre 1988 y 1991, justamente durante el periodo de auge de la guerra sucia, caracterizado por masacres contra poblaciones indígenas. También, el teniente coronel puso en práctica sus conocimientos especializados en Colombia, donde estuvo realizando trabajos de geografía en el terreno hasta el año 2003, cuando escribe un ensayo publicado por la Oficina de Estudios Militares para el Extranjero, con el título de “Mapeando Colombia : información geográfica y estrategia”, en el que abiertamente correlaciona sus estudios geográficos con el desarrollo de una guerra contrainsurgente exitosa.
Importante señalar que este experto sostiene como su hipótesis principal de trabajo, que la propiedad comunal es la matriz de la criminalidad y la insurgencia ; es más, en un libro de texto de su autoría titulado : Geopropiedad : asuntos externos, seguridad nacional y derechos de propiedad, señala “que la posesión informal y no regulada de tierras favorece el uso ilícito y la violencia,” y, en consecuencia, propone la privatización como “el único camino para el progreso y la seguridad de América Latina”. En suma, para este investigador es fundamental la desaparición de las formas de propiedad colectiva que sustentan los procesos autonómicos de los pueblos indígenas, ya que “el poder estratégico se convierte en la habilidad de retener y adquirir derechos de propiedad alrededor del mundo.”
Esta tesis en defensa de la propiedad privada, –que resulta clave para entender el interés del Pentágono en la tenencia de la tierra–, así como la participación del teniente coronel en el Proyecto México Indígena y en los esfuerzos explícitamente contrainsurgentes en Colombia, son ocultadas por los directores del proyecto en sus refutaciones autocomplacientes y en sus bibliografías. Ellos se presentan, paradójicamente, como defensores decididos de los pueblos indígenas, de una geografía al servicio de la paz, y se ufanan de que todos los participantes en el Proyecto : autoridades universitarias, ayudantes de investigación y sus profesores mexicanos, estaban al tanto que México Indígena era subvencionado por el Departamento de Defensa de Estados Unidos. Sería importante que colegios profesionales de antropólogos, geógrafos, sociólogos o psicólogos de nuestro país se pronuncien y organicen reuniones públicas, y de sus agremiados, para debatir en torno al papel del gobierno de Estados Unidos como patrocinador de este tipo de investigaciones, y sobre como utiliza disciplinas sociales en quehaceres contrainsurgentes en nuestros terruños, o en las guerras y ocupaciones neocoloniales en otros lares.
Es de destacar que el Departamento de Defensa, a través de la Iniciativa Minerva, pretende respaldar y concentrar recursos en las mejores universidades de Estados Unidos ; busca definir y desarrollar conocimiento fundamental en torno a las fuentes de conflictos presentes y futuros, con atención especial en la comprensión de las trayectorias políticas de regiones claves en el mundo, para los intereses estadounidenses ; y procura mejorar la habilidad del Departamento de Defensa para desarrollar investigación de una “ciencia social de vanguardia” y de estudios interdisciplinarios llevados a cabo por los mejores investigadores en estos campos.
También, en los ámbitos de la academia a la que pertenecemos, el pensamiento crítico parece esfumarse cuando se renuncia, expresamente, a la teoría marxista del imperialismo y se abandonan los rigores de los análisis de clase. Claro, en este tema hay que seguir las advertencias de González Casanova en cuanto formular las redefiniciones de los conceptos fundamentales. Por ello, él destaca que no podemos quedarnos en el concepto tradicional de lucha de clases que conserva un sentido fabril y economicista del que no logra desprenderse. El concepto de explotación tampoco es suficientemente comprensivo. Ambos conceptos, el de clases y el de explotación, requieren ser complementados o superados por el de dominación y apropiación del excedente y de la riqueza a costa de los trabajadores y de los pueblos, en procesos de apropiación del plus-valor y del capital acumulado, y en procesos de distribución y apropiación inequitativa del excedente y de la riqueza. Ambos conceptos, acorde a González Casanova, vinculan el poder político, represivo, informático, cultural y social con las relaciones de producción. [3]
Así, los practicantes del pensamiento crítico en las ciencias sociales estamos lejos de sustraernos a los imperativos éticos que como ciudadanos y científicos nos determinan en un mundo que no avanza en la solución de los problemas seculares que asolan a la mayoría de los seres humanos. Por el contrario, la transnacionalización neoliberal o recolonización ha agravado a tal grado las condiciones de la vida en el planeta, que muchos analistas consideran que estamos al borde de un colapso civilizatorio. Toda reflexión sobre el pensamiento crítico en las ciencias sociales pasa, entonces, por tomar conciencia del significado totalizador de esta recolonización que afecta las bases de reproducción de los pueblos y la sobrevivencia misma de la especie humana. Las dimensiones de la ocupación afectan todas las esferas de la vida humana y ponen en peligro los fundamentos materiales y territoriales de las formas colectivas de convivencia, exacerbando al máximo la polarización social y profundizando las condiciones de pobreza de millones de seres humanos.
En este contexto, considero imperativo conocer a fondo el sistema de explotación-dominación que enfrentamos y, a la vez, confiar en la capacidad y voluntad de los pueblos para desarrollar estrategias de lucha que combinen creatividad con eficiencia, centralidad con autonomía, principios éticos con construcción de alternativas, como pudimos constatarlo los primeros egresados del curso “La Libertad según L@s Zapatistas” [4]. Después de las experiencias de la burocratización del socialismo real y la institucionalización de las izquierdas dentro de los esquemas de la democracia tutelada, el pensamiento crítico se define en función de que tanto es capaz de mantener una posición de congruencia ética y coadyuvar, en el ámbito político, a construir poder popular en formas de democracia participativa que impidan la utilización de aparatos políticos para el encumbramiento y ascenso social de grupos de poder.
En esta guerra contra la humanidad, en la que está en juego la sobrevivencia misma de la especie humana, los pueblos originarios de todos los continentes constituyen los sectores socio-étnicos mejor preparados para enfrentarla debido a sus formas de organización y toma de decisiones tendencialmente colectivistas, que, en muchos casos, conlleva la formación de autogobiernos y la adopción de economías redistributivas y autosustentables, que trataremos adelante, y, sobre todo, de cuidado de la Madre Tierra ; a sus resistencias en defensa de los territorios asediados por las corporaciones capitalistas, en las que el crimen organizado amenaza directamente no sólo territorios sino también la existencia de la cultura indígena y la vida misma de los integrantes de los pueblos originarios.
Partimos de un interrogante básico : ¿Cómo enfrentar, desde el pensamiento crítico y la coherencia ética, los retos de una resistencia comprometida con los desposeídos y explotados, la democracia participativa y desde abajo, las autonomías de los pueblos indígenas, la autodeterminación de pueblos y naciones dominados, las luchas contra el imperialismo, la explotación capitalista, el sexismo y toda forma de racismo y discriminación ? Si pensamiento crítico refiere a un vigía que no agota su capacidad para vislumbrar los peligros que acechan a la humanidad, no caiga en la rutina y deje de notar los pequeños o grandes cambios de las realidades en la que estamos inmersos, las tormentas que se avecinan, o que estamos ya sufriendo, entonces es ineludible para poder fortalecer las estrategias de lucha anticapitalista, proseguir y profundizar el análisis desde lo global, desde el diagnóstico de la reconfiguración del sistema capitalista en su fase de transnacionalización neoliberal ; caracterizar esta etapa que algunos definen como recolonización, imperialización, reorganización hegemónica planetaria [5] o lo que el entonces Subcomandante Marcos consideraba como Cuarta Guerra Mundial.
Estas estrategias pasan por tomar conciencia del significado totalizador de la actual mundialización capitalista que, reitero, afecta en extensión y profundidad las bases de reproducción de los pueblos y la sobrevivencia misma de la especie humana. Al tocar todas las esferas de la vida humana, esta mundialización pone en peligro los fundamentos materiales y territoriales de las formas de convivencia, organización del trabajo y vida colectivos, exacerbando al máximo la violencia, la polarización social y las condiciones de pobreza y precariedad de millones de seres humanos.Ya en 1999, el Subcomandante Marcos había planteado que la llamada globalización seguía las constantes de una guerra mundial en cuanto a conquista de territorios y su reorganización, destrucción del enemigo y administración de la conquista para aportar ganancias a los vencedores ; que el mundo había que concebirlo como un gran territorio conquistado, en el que el enemigo es la humanidad. [6] “La Cuarta Guerra Mundial está destruyendo a la humanidad –afirmaba Marcos—en la medida en que la globalización es una universalización del mercado, y todo lo humano que se oponga a la lógica del mercado es un enemigo y debe ser destruido.”
Pablo González Casanova considera que : “La ciencia social, la ciencia política latinoamericana, el intelectual comprometido con las luchas por la democracia, con los pueblos trabajadores y la liberación, perderán toda posibilidad de influir en el proceso precisando su historia y movimiento, si no analizan la doble dialéctica de frente político y de la lucha contra la explotación con sus variaciones concretas en cada país y momento. (…) Para hacer ciencias sociales, a la hora de la guerra global del siglo XXI, necesitamos precisar más que queremos decir con cada palabra que usamos, y aclarar nuestros conceptos, sin olvidar que nuestros discursos serán útiles en la medida que de ellos se desprenda una voluntad política colectiva. Coherencia y cohesión son tanto más necesarias en tanto los movimientos alternativos están pasando de una « lucha contra el neoliberalismo y por la humanidad » a una guerra de las fuerzas dominantes y los complejos militares-industriales por el neoliberalismo y contra la humanidad”.
II - Autonomías como formas de resistencia a la recolonización
A partir de estos debates referimos a la autonomía como un concepto de múltiples significados, aunque regirse mediante normativas y poderes propios, opuestos en consecuencia a toda dependencia o subordinación heterónoma, sería la acepción más generalizada, independientemente de los sujetos que la pongan en práctica No obstante, por este carácter polisémico del término, es necesario precisar algunos elementos definitorios que permitan aclarar su uso en un contexto histórico y socio-político específico : la lucha de los pueblos indígenas de América por la preservación de sus territorios, recursos naturales, saberes, identidades y formas de justicia y organización social por medio de autogobiernos que se fundamentan en la democracia directa y participativa, en tiempos de recolonización de esos territorios a través de la acumulación capitalista militarizada-delincuencial y necro política.
Concebimos la autonomía básicamente como un proceso de resistencia mediante el cual, las etnias o pueblos soterrados, negados u olvidados fortalecen o recuperan su identidad a través de la reivindicación de su cultura, derechos y estructuras político-administrativas. Destacamos el carácter dinámico y transformador de las autonomías, que para ser tales, modifican a los mismos actores y en dimensiones diversas : las relaciones entre géneros, entre generaciones, promoviendo en este caso el protagonismo de mujeres y jóvenes ; democratizando las sociedades indígenas, politizando e innovando sus estructuras políticas y socio-culturales. El estudio de las autonomías desde una perspectiva integral y comparativa muestra la naturaleza transformadora de estos procesos no sólo en su articulación, las más de las veces contradictoria con los estados nacionales existentes, sino también en el interior de los sujetos autonómicos. Así, no se trata sólo de la existencia de autogobiernos tradicionales indígenas que se desarrollan de diversas formas a lo largo de la colonia y la vida independiente, y que perduran hasta nuestros días en numerosas comunidades de la geografía latinoamericana. Tampoco se trata de competencias y atribuciones establecidas desde arriba, administrativamente o por modificaciones constitucionales, pisos y techos de modelos que no corresponden a realidades concretas y que denotan los límites de una ciencia social a la zaga de los procesos socio-étnicos.
Las prácticas autonómicas actuales van más allá. Cuando los zapatistas –por ejemplo— trascienden el autogobierno y lo asumen a partir de los principios de mandar obedeciendo, la rotación de los cargos de autoridad, la revocación del mandato, la participación planeada y programada de mujeres y jóvenes, la reorganización equitativa y sustentable de la economía, la adopción de una identidad política anticapitalista y anti sistémica y la búsqueda de alianzas nacionales e internacionales afines a ésta, se lleva a cabo un cambio cualitativo de las autonomías en su apropiación regional del territorio y la extensión del poder desde abajo. [7]
Ante la agresión permanente de las corporaciones en busca de territorios, recursos y saberes de los pueblos, la autonomía busca redefinir la relación con el entorno circundante. En la profundidad de territorio se busca la unión complementaria de productores y comercializadores para desarrollar una economía solidaria y la autosuficiencia alimentaria, así como la generación de proyectos económicos para beneficio general, optimizando todos los esfuerzos para el ejercicio real de la autonomía como tarea de todos y todas. La defensa de los sujetos autonómicos a la acción del mercado y sus agentes estatales significa el control del territorio desde abajo (comunidades) y desde la sociedad civil nacional e internacional que acompaña en ocasiones a estos movimientos. Se reafirma la urgencia de recuperar o desarrollar la autonomía económica, productiva y alimentaria de los pueblos con el fortalecimiento del cultivo del maíz autóctono (y no del transgénico), uso de abonos orgánicos (y rechazo a los agroquímicos), cuidado del agua, uso y protección de las semillas propias ; así como la recreación y fortalecimiento de los sistemas de ayuda mutua, los mercados y tianguis locales y regionales y el aprovechamiento de ecotecnias.
Los procesos educativos y de socialización, asimismo, se generan a partir de y por las comunidades, tomando en cuenta los saberes surgidos de los pueblos y otros actores populares, y aquellos que enriquezcan a los sujetos autonómicos, en el entendido que el dialogo intercultural fortalece la autonomía. Esta situación es más notoria y necesaria cuando dos o más pueblos confluyen en un proceso autonómico (Chiapas, regiones de Guatemala y Nicaragua, por ejemplo) y la unidad del sujeto autonómico frente al Estado transnacionalizado se torna indispensable, ya que, en las actuales circunstancias, éste sujeto se opone directamente a los agentes estatales (funcionarios, policías, ejército, jueces, crimen organizado, etcétera) al servicio del capital.
Si la autonomía es parte de la cuestión nacional, el movimiento indígena que practica y promueve las autonomías, en su lucha por prevalecer, establece las alianzas necesarias, primero entre los propios pueblos indígenas, y a partir de ello, con los sectores oprimidos y explotados del país que se trate. Esto significa la construcción permanente del sujeto autonómico no sólo desde abajo, sino también en sus alianzas con otros actores políticos y a partir del control sistemático de los representantes a través de la rendición de cuentas, revocación de mandato, según sea el caso, y rotación de cargos.
Es evidente que todos estos procesos no se llevan a cabo de manera simultánea en las etno-regiones y en todos los casos en que se ejerce el autogobierno indígena, destacando la profundidad de algunos de ellos que por razones especificas han podido desarrollar formas organizativas –incluso políticos militares— como el EZLN, que dan coherencia e integralidad a los prácticas autonómicas. Existen situaciones, por ejemplo, en las que la dependencia económica o política del pueblo indígena hacia los mecanismos del mercado o los aparatos estatales, merman el proceso autonómico La formación y el fortalecimiento del sujeto autonómico pasan también por la ruptura con las viejas formas de las políticas indigenistas que durante muchos años puso en práctica el Estado para mantener el control de los pueblos y las comunidades indígenas por medio del paternalismo y el clientelismo, como es posible comprobarlo con la política neoindigenista del gobierno actual en México, y la imposición del llamado Instituto Nacional de los Pueblos Indígenas (INPI) El movimiento indígena independiente del Estado (CNI-EZLN) revela que indigenismo y autonomía son conceptos antitéticos. [8]
La experiencia zapatista y la de otros procesos en América Latina muestran que el desarrollo de una red multiétnica consolidada de comunidades y regiones, e incluso de pueblos diversos, es otro de los cambios trascendentes en las actuales autonomías, en las que la pugna intracomunitaria por conflictos seculares, linderos o recursos se puede superar para responder unidos ante la intrusión violenta de los Estados y las corporaciones capitalistas. Todas las transformaciones internas, rupturas y redefiniciones en los ámbitos comunitarios, regionales y nacional son imposibles sin esa conformación y fortalecimiento de un sujeto autonómico con capacidades de afirmación hegemónica hacia adentro, de tal forma que contribuya a la cohesión interna a través de la construcción de consensos, la democracia participativa, la tolerancia y la superación de las divisiones religiosas, étnicas o políticas, la lucha contra la corrupción y contra los intentos de cooptación por parte del Estado y sus agentes, incluida la delincuencia organizada y los programas asistencialistas de carácter contrainsurgente. Desde la perspectiva integral de la autonomía que se formula en los ámbitos políticos, jurídicos, económicos, sociales y culturales y que fundamenta la instrumentación a escala comunitaria, municipal y regional, se reafirma el valor y la importancia de las prácticas políticas que se materializan en las asambleas comunitarias, los sistemas de cargo, el tequio y, en general, las obligaciones y contribuciones comunitarias. Se hace énfasis en la importancia de la articulación e interacción de las comunidades, los municipios indígenas y las organizaciones indígenas autónomas en todo el país para el ejercicio de la autonomía en el ámbito regional y nacional.
Los alcances y el papel de las autonomías en los países latinoamericanos también se han visto afectados por esta reconfiguración mundial del capital y sus fronteras. De hecho, las coordenadas en que se debe dar la discusión actual de las autonomías pasan por analizar cómo el proyecto de dominación hemisférica de Estados Unidos —en su variantes demócratas o republicanas— pretende obstaculizar e incluso aniquilar la existencia de las mismas en tanto posibles expresiones de resistencia cultural, política, económica y administrativa.
Asimismo, en el caso de México, la lucha por las autonomías forma parte de un proyecto nacional que se ha venido gestando a lo largo de muchas décadas de exclusión, de miseria y discriminación contra los pueblos indígenas. Estas autonomías forman parte de un proyecto nacional, en el que los sujetos autonómicos han buscado integrarse, junto con otros sectores de la sociedad mexicana. Específicamente, el EZLN, se ha dirigido a estudiantes, campesinos, obreros, amas de casa, intelectuales, pequeños empresarios, asalariados, profesionistas de todas las razas, todas las religiones, todas las etnias para formar una nación distinta donde, como ellos dicen, “quepan todos los mundos”. No reivindican la autonomía para dar continuidad a la marginación estructural de raíz colonial y funcional también en la globalización neoliberal. La demanda de la autonomía y la libre determinación son vías para alcanzar una mayor democracia, equidad de género, para combatir la discriminación, integrarse a un mercado equitativo en el que puedan vender libremente sus productos y en el cual los pueblos indígenas sean considerados ciudadanos y se les reconozca como sujetos políticos capaces de participar en los procesos nacionales. Las autonomías, en consecuencia, expresan un replanteamiento alternativo a las formas nacionales impuestas desde arriba por los grupos oligárquicos que se fundamentaron en el integracionismo – asimilacionismo, o en el diferencialismo – segregacionismo que constituyeron políticas igualmente provocadoras de etnocidios y negación de derechos ciudadanos y colectivos de pueblos y comunidades indígenas. Así, las autonomías son procesos de democratización, articulación nacional y convivencia política —desde abajo— entre agrupamientos heterogéneos en su composición étnico-lingüístico-cultural.
Las autonomías indígenas no ignoran al Estado ni al poder que ejerce a partir del monopolio de la violencia legalizada por un marco jurídico y “legitimada” por una hegemonía de clase. Bajo esta premisa, se considera a las autonomías como formas de resistencia y de conformación de un sujeto autonómico que se constituye en un interlocutor frente al Estado y frente al cual impone una negociación, pero paralelamente, si ésta fracasa, se va construyendo la autonomía de facto. Por ello, las autonomías no se otorgan, se conquistan a través de cruentos levantamientos y extensas movilizaciones. Los autogobiernos no son considerados “islotes libertarios dentro del universo capitalista”. En “Leer un video”, los zapatistas señalan claramente : “el nuestro no es un territorio liberado, ni una comuna utópica. Tampoco el laboratorio experimental de un despropósito o el paraíso de la izquierda huérfana”. Los indígenas no difunden una imagen idílica de sus movimientos “suponiendo que estos agrupamientos avanzan saltando todos los obstáculos”, critica que no parece fundarse en la investigación empírica y en un conocimiento profundo de la autonomía indígena.
A partir del resurgimiento y desarrollo de algunos procesos autonómicos indígenas en América Latina como estrategias pluralistas, democratizadoras y antisistémicas, se han publicado libros, como el editado por Jóvenes en Resistencia Alternativa : Pensar las autonomías, alternativas de emancipación al capital y el Estado, México : Ediciones Sísifo y Bajo Tierra, 2011, en el que diversos autores analizamos los múltiples significados de autonomía, que van desde la independencia de la clase política y sus partidos hasta una forma organizativa de los pueblos indios.
Este concepto se aplica a prácticas políticas que cuestionan la subordinación, autoritarismo, jerarquía y heteronomía propias del partido y el Estado ; a la diversidad, potencia y posibilidad de colectividades autogestivas, autodeterminadas y autorreguladas en luchas y formas organizativas diversas y creativas ; a la prefiguración de relaciones que sustituirán las de dominio y explotación capitalista ; a los horizontes emancipatorios existentes que constituyen un cambio en la producción, distribución y consumo, así como en la toma de decisiones, tomando en cuenta los antagonismos y contradicciones inherentes a los procesos autonómicos y particularmente los problemas entre los sujetos políticos que asumen esos caminos.
Cuando hemos insistido en la conformación y el fortalecimiento de sujetos autonómicos como condición indispensable de la construcción y sustentabilidad de las autonomías, a partir del acompañamiento de las luchas de los pueblos indígenas y de una ciencia social comprometida y, a la vez, fundamentada en una comprobable base empírica, es porque consideramos que la autonomía no se puede afianzar en una sociedad por decreto. Cualquier proyecto alternativo de trasformación social adoptará la forma del tejido social sobre el que se posa. Si el tejido social es vulnerable, en tanto no esté enraizado, construido y apropiado por los propios sujetos, el proyecto está condenado finalmente a fracasar.
La autonomía no es una mera distribución de competencias jurídicas y normativas, o sólo un arreglo administrativo para una región en el interior de un Estado-nación determinado. En el sentido más profundo, no se trata de que el Estado otorgue ciertas prerrogativas y permita algunos cambios en un estatuto o ley a efecto de dar paso a una figura meramente formal de autogobierno. Si no existe una red de comunidades que asuman el ejercicio de la autonomía ; si se da un divorcio de los gobiernos regionales con las autoridades municipales y comunitarias, en parte porque estos gobiernos están permeados por los partidos, el arribismo y la corrupción ; si el narcotráfico constituye otra visible injerencia heterónoma sobre el ejercicio autonómico por su carácter corporativo como otra empresa capitalista más ; si la autonomía se utiliza para establecer formas de segregacionismo étnico o para cobijar nuevos cacicazgos, es evidente que el proceso autonómico se vaciará de contenido, con o sin reformas constitucionales o estatutarias. La hipótesis del equilibrio del proyecto Latautonomy afirma : “En un sistema autonómico –que es un proceso social del cual emerge un nuevo sujeto político– debe existir un equilibrio entre la dimensión política-jurídica, la dimensión cultural-intercultural y la dimensión económica-ecológica. Si un proceso autonómico tiene carencias de una de estas dimensiones (o sobredimensión de otra), existe el peligro de que actores externos (Estado nacional, terratenientes, compañías trasnacionales, etcétera) penetren el sistema, lo subviertan desde adentro y lo destruyan” [9].
Las experiencias de regiones de México, así como de otros países, muestran que en la medida en que no existe un sujeto colectivo con capacidad de organización, de generación de consensos, las posibilidades de avanzar en la construcción o fortalecimiento de autonomías resultan poco probables. La existencia y avance del sujeto autonómico se expresará en un sinnúmero de formas : mediante el establecimiento de juntas de buen gobierno que coordinan –desde abajo– los municipios autónomos zapatistas, por ejemplo ; a partir de la integración de organizaciones indígenas independientes del Estado y los partidos, como el EZLN, o la Coordinadora Regional de Autoridades Comunitarias, que representa el esfuerzo autonómico de una región pluriétnica en el estado de Guerrero, etcétera.
No observo nada misterioso y confuso en insistir en que la experiencia zapatista y la de otros procesos en América Latina muestra que el desarrollo de una red multiétnica consolidada de comunidades y regiones, e incluso de pueblos diversos, es otro de los cambios trascendentes en las actuales autonomías, en las que la pugna intracomunitaria o interétnica por conflictos seculares, linderos o recursos se puede superar para responder unidos ante la intrusión violenta de los estados y las corporaciones capitalistas. Todas las transformaciones internas, rupturas y redefiniciones en los ámbitos comunitarios, regionales y nacional se dificultan sin un sujeto autonómico con capacidades de afirmación hegemónica hacia adentro, de tal forma que contribuya a la cohesión interna por medio de la democracia participativa, la tolerancia y la superación de las divisiones religiosas, étnicas o políticas, la lucha contra la corrupción y contra los intentos de cooptación por parte del Estado y sus agentes. Este sujeto concita la movilización de pueblos y comunidades en defensa de sus derechos y demandas, y tiene el apoyo para una representación legítima hacia afuera.
Los debates en torno a las autonomías son una necesidad primordial, no sólo en el sentido académico, teórico y abstracto, sino como reflexión decisiva para la acción política hoy, para el sentido del cambio social, y como alternativa civilizatoria al capital y al Estado.