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¿Ha dicho “organización mundial del turismo” ?

Pero, ¿por qué la Organización Mundial del Turismo (OMT) no organiza el turismo mundial ? Pregunta deliberadamente tautológica, que vale su peso en destinos exóticos y calas paradisíacas. ¿Por qué una organización con un nombre tan ambicioso, reconocida desde principios de siglo como un organismo de pleno derecho de las Naciones Unidas [1] para “promover un turismo responsable, sostenible y universalmente accesible”, y que no cesa hacer llamamientos en estudios, documentos y comunicados de prensa que su industria fetiche reduzca sus impactos negativos en favor de los positivos, no organiza el turismo mundial ?

En la portada de su sitio web (https://www.unwto.org), bien visible (mientras se escriben estas líneas), un enésimo llamado nos invita. Urge. “No hay tiempo que perder. Reinventemos el turismo y, juntos, ofrezcamos un futuro más sostenible, próspero y resiliente para todos.” Téngase claro que para la OMT, reinventar el turismo internacional es más necesario que nunca, porque sin una reorganización global, se debe reconocer que el sector es menos sostenible de lo que debiera, menos equitativo de lo que permite su ideal de justicia social y, por supuesto, sigue fuera del alcance de más del 90% de la humanidad (como lo muestran claramante el World Tourism Barometer y el UNWTO Tourism Data Dashboard…aunque solapadamente).

La mayoría de los dirigentes y funcionarios de la OMT saben que, especialmente en el caso del turismo Norte-Sur, el problema es enorme. Que la masa de costos y beneficios generados por este sector, que, al margen de la pandemia, cubre el 10% del producto mundial bruto (P.M.B.) y crece 1,3 vez más rápido que éste en las últimas siete décadas, está muy desigualmente distribuida. Y que estos “costos y beneficios” son tanto financieros como sociales, medioambientales, culturales e incluso políticos. En consecuencia, la concentración extrema de los beneficios, el aumento constante de las emisiones de carbono, la presión competitiva sobre los recursos, la instrumentalización de las poblaciones locales, los efectos de exclusión, de desplazamiento, de saturación, de vulnerabilidad, etc. son algunos de los principales inconvenientes del turismo internacional, que son aún más perjudiciales cuando su huella se extiende a los países pobres, donde la relación entre visitantes y visitados es más asimétrica (véase https://www.cetri.be/Turismo-Norte-Sur-el-mercado-de).

La OMT es consciente de ello. Lo leemos literalmente o entre las líneas de sus numerosas publicaciones. Podemos deducirlo de su voluntad, también enunciada y reafirmada, de “transformar el turismo mundial y la forma en que se practica”. “Transformar”, “reinventar”... ¿quién lo diría mejor ? A saber, “hacerlo sostenible desde el punto de vista social, económico y medioambiental”. ¿Por qué no habría de serlo ? Aquí empiezan las contradicciones del análisis de la agencia de la ONU y las ambivalencias de su comunicación. Porque, lo que a veces se enuncia como una potencialidad – “otro turismo es posible” – muchas veces se presenta como una realidad – “el turismo es un pasaporte de virtudes”-. Dotado de todas las cualidades, ahora mismo y desde hace mucho tiempo, el turismo mundial es un vector de crecimiento, paz, democracia, sostenibilidad, prosperidad y bienestar. Nada menos. Mire, dice la OMT, ahí donde se ha desarrollado, hay abundancia. Enriquece a huéspedes y turistas y preserva culturas y medio ambiente.

¡Regular, desregular !

¿Por qué hay que organizarlo entonces ? ¿Por qué debería la Organización Mundial del Turismo “transformar”, “reinventar” o incluso “regular” un sector tan prolífico ? Incluso si tuviera verdaderas razones para querer “hacerlo más sostenible”, en contra de la dichosa autocomplacencia de la que están llenos sus propios archivos e informes, se tendría que disponer de los medios necesarios. Medios políticos, económicos y jurídicos. Sin embargo, su condición de “institución especializada” del sistema de Naciones Unidas, como es bien sabido, le otorga relativamente poca posibilidad, y la limita al papel de fomento, promoción y desarrollo del turismo mundial, más de lo que es capaz de supervisar, canalizar y coordinar el sector, sus flujos e impactos, con un hipotético instrumento restrictivo o dispositivo de planificación que tendría a su disposición.

Y si por casualidad la OMT tuviera los medios para organizar el turismo mundial, debería tener la voluntad política de hacerlo. Y aquí, como ya se ha dicho, la posición actual de la agencia de la ONU es totalmente confusa. En el mejor de los casos, es equívoca. De hecho, es tan contradictoria, tan incoherente, que no da en el blanco. Los numerosos llamados a la regulación del turismo mundial que se encuentran en la literatura de la OMT van sistemáticamente acompañados de llamados a su… desregulación. A menudo en el mismo comunicado, a veces en la misma frase. Como un antídoto liberal automático contra lo que podría percibirse como un peligroso ataque de intervencionismo público.

La “Convención sobre Ética del Turismo” es quizá el mejor ejemplo de ello. Este texto, que es la “primera convención de la OMT” y su “marco fundamental de referencia”, fue adoptado por su Asamblea General en 2019 (https://www.unwto.org/fr/convention-relative-a-l-ethique). En doce bienintencionados artículos, recoge la esencia del “Código Ético Mundial para el Turismo”, nacido veinte años antes. De nuevo, se puede leer en él de forma explícita o solapada un despliegue de todas las desigualdades y desequilibrios que el turismo internacional en sus formas dominantes tiende a crear hoy en todo el mundo. También contiene encomiables recomendaciones reglamentarias, inmediatamente seguidas de garantías para que la “industria turística mundial” pueda seguir “funcionando en un entorno abierto y liberalizado que promueva la economía de mercado, la empresa privada y el libre comercio”.

Ya desde el preámbulo, los firmantes (los gobiernos nacionales, a los que se unen, como es lógico, los 442 principales operadores turísticos del mundo) declaran, con la mano en el corazón, “su firme convicción de que, siempre que se respeten determinados principios y se observen ciertas normas, el turismo responsable y sostenible no es en modo alguno incompatible con la mayor liberalización de las condiciones por las que se rige el suministro de bienes y servicios y bajo cuya tutela operan las empresas del sector”. ¿“Mayor” ? (¡ !) ¿Sigue siendo necesario imponer más desregulación ? ¿Acaso la expansión desenfrenada y continua del turismo internacional desde 1950 sufre de demasiados escollos fiscales, sociales o medioambientales en su camino ?

¿Falsa ética ?

Luego, los artículos 6 y 8 se aventuran sin embargo a establecer algunos encomiables mandatos reglamentarios. “Los agentes del desarrollo turístico, y en particular los profesionales del sector, deberían admitir que se impongan limitaciones o restricciones a sus actividades.” (...) “De conformidad con la normativa establecida por las autoridades públicas, los profesionales del turismo, y en particular los inversores, deberían llevar a cabo estudios de impacto de sus proyectos de desarrollo en el medio ambiente y en los entornos culturales y naturales.” Los artículos 11 y 12, sin embargo, adoptan la postura contraria a estos emprendimientos. “Los impuestos y gravámenes específicos que penalicen al sector turístico y mermen su competitividad deberían eliminarse o corregirse progresivamente.” (...) “Se debería reconocer a los empresarios y a los inversores el libre acceso al sector turístico con el mínimo de restricciones legales o administrativas.

Al final, el artículo 12.5 consiguió reunirlo todo en una sola frase : la conciencia de los escollos que hay que evitar y, al mismo tiempo, la garantía de que los principales operadores no se sentirán ofendidos. “Las empresas multinacionales del sector turístico, factor insustituible de solidaridad en el desarrollo y el crecimiento dinámico en los intercambios internacionales, no deberían abusar de la posición dominante que puedan ocupar. Deberían evitar convertirse en transmisoras de modelos culturales y sociales que se impongan artificialmente a las comunidades receptoras. A cambio de la libertad de inversión y operación comercial que se les debería reconocer plenamente, habrían de (…) comprometerse con el desarrollo local, evitando que una repatriación excesiva de sus beneficios o la inducción de importaciones puedan reducir la contribución que aporten a las economías en las que estén implantadas.” El (fallido) intento de equilibrio entre cabra y sabueso te deja soñando.

Soñando de una Organización Mundial del Turismo que se fijara como objetivo perseguir un turismo verdaderamente “responsable, sostenible y universalmente accesible”. Que intentaría crear las condiciones para una democratización efectiva del acceso al turismo internacional, aun sabiendo que con solo duplicar el número de turistas -que haría las vacaciones en el extranjero accesibles como máximo a una de cada seis personas- superaría ya la capacidad de absorción ecológica de la Tierra. Soñando con una OMT que se dote de los medios necesarios para aspirar a la equidad en los intercambios turísticos, para implicar a las poblaciones afectadas desde la fase de concepción de los proyectos, para apoyarse en las capacidades de canalización pública y en las instancias reguladoras nacionales e internacionales. Un OMT que, mediante la negociación de contratos, el control de las inversiones, la limitación de los flujos y el examen de los impactos, subordine los intereses del sector a los de las poblaciones visitadas, las generaciones futuras y su entorno.

Mientras tanto, a falta de medios jurídicos y de voluntad política para intentar responder a estos desafíos, el papel de la Organización Mundial del Turismo en la promoción y el desarrollo del turismo es un espectáculo lamentable. Sus falsos códigos éticos, sus declaraciones de principios, sus ambivalentes mandatos y sus piadosas esperanzas se quedan en nada. Sus cifras y balances eufóricos (al margen de la pandemia) dan miedo. Y sus supuestos « planes para la transformación del turismo » - cuando, en su estado actual, según la agencia de la ONU, ya es « la » panacea - no hacen ninguna ilusión. Mientras tanto, pues, la OMT se reduce a « estimular las buenas prácticas » dentro del sector, los « proyectos de impulso sostenible » y otros remedios « ejemplares », como estos nuevos sistemas de riego « ecoeficientes » para campos de golf en regiones áridas... No es para reír. Ni para llorar.


Notes

[1Denominada “Organización Mundial del Turismo” en 1970 y ubicada “auprès” de las Naciones Unidas desde 1976, la OMT procede de la “Union internationale des organismes officiels du tourisme” (UIOOT) de 1946, que a su vez es la sucesora de la “Union internationale des organismes de propagande touristique” (UIOOPT) creada en 1934. Reúne a 160 países (+ 6 regiones autónomas) y a más de 500 miembros afiliados, la mayoría de los cuales son los principales operadores turísticos privados y otros agentes del sector. En 2003, la OMT se integró en el sistema de las Naciones Unidas como “organismo especializado”, al mismo nivel que la OMS, la UNESCO y la FAO.


Les opinions exprimées et les arguments avancés dans cet article demeurent l'entière responsabilité de l'auteur-e et ne reflètent pas nécessairement ceux du CETRI.

https://www.e-unwto.org
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