La Covid 19 ha puesto en evidencia la fragilidad del Estado peruano en materia de ciudadanía y acceso a servicios básicos . Esto se hizo particularmente evidente en la dramática situación de vulnerabilidad en la que se encontraron la mayoría de pueblos indígenas durante la primera ola de contagios. Entre ellos, los más golpeados fueron los habitantes de las zonas fronterizas , como fue el caso de las comunidades ubicadas en la frontera nororiental (frontera Perú-Ecuador) y en la zona del Ucayali (frontera Perú- Brasil) . Expuestos y alejados de los centros urbanos, la situación ha sido aún más dramática en las cuencas y las comunidades localizadas en áreas fronterizas por la total ausencia de todos tipo de servicios, información y medicinas.
En ese contexto, las comunidades indígenas fronterizas, gracias a los saberes, conocimientos y memorias colectivas, han elaborado estrategias de sobrevivencia, de resiliencia y de respuestas médicas locales. Esto en particular haciendo uso de las memorias locales, de los saberes acerca la medicina tradicional, de los remedios naturales y sus plantas medicinales.
Pueblos fronterizos y epidemias : historias que se repiten
Desde una perspectiva histórica, podemos reconocer a las epidemias como uno de los elementos estructuralmente presentes, y periódicamente constantes, en las relaciones históricas de los pueblos indígenas y sociedad externa. Epidemias como el sarampión, la viruela, o la gripe han marcado dolorosamente la historia de los pueblos amerindios, desde la época colonial hacia los tiempos más recientes, flagelando a su población y llevando en muchos casos a la desaparición de enteros grupos culturales. Habiéndose intensificado estas en la segunda mitad del siglo XX, en concomitancia con la expansión del proceso de “colonización” de las tierras bajas (Chaumeil, 2004).
Considerar cómo el factor histórico de recordar huidas por parte de los indígenas frente a la propagación de epidemias -y luego la defensa de dichos territorios- ha constituido históricamente un elemento central en la definición de los “espacios fronterizos”. Es decir, lugares “límites” frente a la expansión del poder de control territorial manejado por un Estado (Santos Granero y Barclay, 2002).
Un ejemplo de esto son los “pueblos en aislamiento voluntario” que corresponden a grupos indígenas que desde siglos atrás han decidido alejarse de espacios en contacto con la población “blanca”, y buscar su autodefensa alejadas de todo contacto con la sociedad externa (Santos Granero, 1996).
En efecto, un número importante de pueblos indígenas en Perú desaparecieron entre los años 1920 y 1980 y otros han sido fuertemente diezmados a causa de la difusión de enfermedades consideradas “controlables” en el primer mundo (como la diarrea, varicela, sarampión, gripe, etc.).
Un ejemplo de este proceso fue el que motivó la construcción de la “carretera de penetración de la selva” planteada durante el gobierno de F. Belaúnde, o del Oleoducto Norperuano (construido entre los años 1950 e intervenido constantemente hasta 1980). Estos proyectos nacionales han tocado casi todas las regiones amazónicas peruanas y modificado drásticamente el estilo de vida de los grupos indígenas, así como sus formas de contacto con el mundo exterior. Ninguno de estos procesos ha sido acompañado por proyectos de desarrollo de un sistema de salud pública, ni por servicios de salud sostenibles para estas comunidades indígenas. Estas, lejos de verse beneficiadas por dichos proyectos de “modernización” y “nacionalización” se vieron más bien impactadas y esperanza y calidad de vida mermadas.
Organizaciones indígenas en zonas fronterizas y la emergencia sanitaria
Estas experiencias pasadas se acercan a lo experimentado en el contexto actual de la pandemia, en las que nuevamente el tema de la salud representa un punto de inflexión entre las diferentes perspectivas que las nociones de “modernidad”, “desarrollo” y “progreso” plantean. Lamentablemente, la COVID 19 no es ni será una experiencia aislada en tema de epidemias y mala sanidad, como sigue siendo el Dengue, problemática estructuralmente presente entre los pueblos amazónicos.
La crisis derivada de la pandemia del Covid-19 ha activado los recursos colectivos de las comunidades indígenas de las zonas fronterizas, generando procesos de redefinición territorial por las organizaciones etno-politicas e impulsando el surgimiento de nuevas identidades . En relación a la redefinición territorial, vemos la realización de una serie de medidas : en primer lugar, las comunidades cerraron tempranamente el acceso a sus territorios, en particular para todos sujetos foráneos a la zona. En segundo lugar, los núcleos familiares buscaron aislarse, trasladándose a los lugares más alejados dentro de la selva. Por ejemplo, se trasladaron a la maloka situada en zona de “monte” dentro de sus zonas de cultivo (las chacras) [1].
Estos tipos de prácticas corresponden a las mismas usadas en los años y siglos anteriores, cuando los indígenas buscaban defenderse de los contagios por las enfermedades llevadas por los comerciantes foráneos. Según el jesuita Hugo Samaniego (parroquia de Santa Maria de Nieva) [2], al ver que este virus no correspondía a los síntomas anteriormente conocidos (tos, manchas en la piel, ect..) y por temas de escasez de alimentación, muchas familias awajún y wampís en el mes de mayo y junio de 2020 decidieron (lamentablemente) volver a su habitación cerca del río. La vuelta a un lugar próximo a los contactos comerciales o a las zonas de tránsitos determinó un rápido incremento del contagio. En otras palabras : la memoria de las experiencias anteriores había brindado una serie de estrategias eficaces a los indígenas para protegerse del virus : sin embargo, la imposibilidad de reconfigurar los síntomas del Covid 19 entre los ya conocidos históricamente, además del vacío de informaciones oficiales, determinó un cambio en la reacción de los indígenas y luego un empeoramiento de la situación sanitaria.
En relación a las nuevas identidades etno-políticas, las comunidades indígenas plantearon formas políticas específicas y redes de mutuo-apoyo. Uno de los casos más emblemático es representado por el Comando Covid Indígena . Son organizaciones que nacieron ad hoc frente a esta situación como una forma de organización y delegación de responsabilidades para el cuidado de la vida comunitaria. Otro ejemplo importante, en este sentido, es el protagonismo recubierto por la organización ORPIO (Organización Regional de los Pueblos Indígenas del Oriente) en Iquitos, quienes desde el inicio de la pandemia plantearon estrategias comunitarias inmediatas , como la organización y recolección de medicinas y saberes, y la recolección de víveres y ayudas materiales para las familias y comunidades más vulneradas, instituyendo “rondas indígenas” o “comandos indígenas” [3]. En ese sentido, es importante subrayar, el rol articulador que tuvo AIDESEP al convocar a sus bases para la formación de los Comandos COVID Indígena como forma de respuestas locales y de auto-ayuda frente a las problemáticas recientes.
Lo planteado anteriormente solo son un par de ejemplos, sin embargo, en sus respuestas frente al COVID-19 cada comunidad ha reflejado las necesidades propias y sus diferentes circunstancias socio-culturales y sus dinámicas locales.
Prácticas sanitarias y solidaridad
Frente a la acelerada difusión del virus, los conocimientos indígenas sobre plantas medicinales han demostrado ser un aporte a los cuidados de los pacientes con COVID-19. Según múltiples líderes e intelectuales awajún, yane, shipibo, la esperanza de curación más alta en los indígenas ha sido por la utilización de ciertas prácticas medicinal local. Estas formas de atención y curación fueron las opciones preferidas por las poblaciones indígenas que permanecieron en sus comunidades antes de ser transferidos a centros de salud o de “morir en el piso del hospital esperando una cama hospitalaria” (palabras de Wilson Atamain, antropologo awajún). Es importante señalar que, al igual que en la medicina occidental, los curanderos indígenas han ido aprendiendo a enfrentar la sintomatología del virus con plantas medicinales que ya conocían para usos afines, recuperando técnicas de vaporización, dietas especiales, etc.
Las familias indígenas establecieron sistemas de diseminación de prácticas curativas entre las redes de parientes, amigos, familiares o conocidos en cada ángulo de la Amazonía. “Aunque han estado lejos físicamente, gracias al teléfono, todos los awajún en cada punto del país no han parado de comunicarse con los demás y transmitir informaciones o consejos en cómo sanarse a través de las plantas” (Palabras de Gil Inoach, abogado e intelectual awajún, ex Presidente de AIDESEP). Los indígenas consideran que una palabra resulta ser clave en contextos de pandemia y ponen en evidencia la solidaridad entre comunidades indígenas.
Conclusiones
La noción misma de frontera en cuanto « proceso de expansión constante » nos permite plantear la creación de nuevas formas de sociabilidad y territorialidad (Ioris, 2018 ; Rassmussen y Lund, 2018) dentro el periodo de crisis sanitaria del 2020. Además, este contexto particular nos invita a la exploración de modelos excepcionales de administración con gestiones indígenas, las cuales han terminado fortalecidas como identidades etno-politicas transfronterizas.
Las experiencias vividas por las organizaciones sociales y políticas, y la reestructuración económica y territorial que ocurre en la Amazonía durante la pandemia ofrecen una lente sobre « la producción de territorios transfronterizos » y a la vez plantean retos a la gobernabilidad. Dentro de este panorama, la reivindicación del reconocimiento, valoración y visibilización de las prácticas ancestrales indígenas para el cuidado de la salud se han presentado como una necesidad urgente y funcional. Además, dentro de una “situación-limite” (Pollak, 2006) como la causada por la pandemia, donde la misma sobrevivencia de los individuos estaba en peligro.
Es ahí que la funcionalidad de la memoria, y en particular de la memoria de violencia indígena, ha demostrado una herramienta útil y fundamental. De manera rápida e impulsiva, la memoria de las pasadas experiencias, hecha por gestos, saberes, formas colectivas de solidaridad y colectivización de bienes materiales e inmateriales, ha permitido la rápida reactivación de una serie de prácticas comunitarias vueltas hacia el auto-cuidado, la defensa del territorio, la circulación de saberes y medicinales.
Esto ha permitido una dimensión de agencia colectiva extraordinaria dentro el espacio de las comunidades indígenas, elemento que ha asegurado un tratamiento y un cuidado de las personas más vulnerables.






