« Carta blanca » de Bernard Duterme (CETRI) publicada en Le Soir, septiembre 22.
(Traducción : Carlos Mendoza)
Para la gran mayoría de los nicaragüenses, la democratización política y social de su país es un sueño y una necesidad urgente. ¿Por qué esta democratización requiere necesariamente el derrocamiento del gobierno actual ? ¿Y cómo se puede lograr este derrocamiento ? Si la respuesta a la primera pregunta parece obvia, la respuesta a la segunda está lejos de serlo.
El por qué
Empecemos por la primera pregunta. ¿Por qué es necesario derrocar al gobierno actual ? De hecho, el régimen Ortega-Murillo, que lleva el apellido del presidente y de su esposa, la vicepresidenta, ha procedido a su confiscación total. Si esta maniobra ha alcanzado ahora un carácter de absolutismo insondable, no es cuestión de los últimos meses. Ha ido tomando forma desde (antes de) el regreso del antiguo líder de la revolución sandinista de los años 80 a la jefatura del Estado en 2007. Comprando primero la confianza, por todos los medios legales e ilegales, de los enemigos de ayer -desde la jerarquía católica más conservadora hasta las federaciones patronales más liberales- sin cuyo apoyo no hay hegemonía posible. Asociándolas entonces estrechamente a las políticas que se persiguen -¡claramente de derecha !- y extendiendo al mismo tiempo su dominio en los distintos niveles de poder, dentro y fuera del Estado.
Mientras las sucesivas parodias electorales reforzaban el conjunto, la “comunidad internacional”, tranquilizada por la “responsabilidad y la apertura económica” del ex revolucionario, estaba bastante contenta con ello. Es justo decir que Ortega logró duplicar el PIB de Nicaragua entre 2007 y 2017, duplicando por ejemplo las concesiones mineras (28.000 km², el 23% de la superficie del país), la mayoría de las cuales fueron vendidas al capital norteamericano. La explosión de la inversión extranjera y de las exportaciones, junto con la ayuda petrolera venezolana, ha permitido al régimen mantener una cierta estabilidad social y… migratoria muy apreciada por Estados Unidos, su principal socio comercial. Esto no ha impedido el crecimiento del sector informal (80% de la población activa), una concentración de la riqueza sin precedentes (la riqueza de las 300 mayores fortunas equivale a tres veces el PIB) y una destrucción acelerada del medio ambiente.
La rebelión masiva de 2018 y su aplastamiento por parte del gobierno -más de 300 muertos a tiros, cientos de encarcelados políticos, miles de opositores al exilio- cambiaron las cosas. Parcialmente. Los principales aliados del régimen debieron distanciarse de él, denunciarlo... sin por ello sumarse a las convocatorias de huelga general de los manifestantes antiorteguistas. La ambivalencia de la “comunidad internacional” occidental -sanciones por un lado, business as usual por otro- permite a Ortega y a su esposa continuar : una nueva mascarada electoral en 2021, con la detención previa de todos los potenciales candidatos presidenciales, condenados luego a 8 años o más de prisión. Y en los últimos meses, la huida hacia adelante : la liquidación sistemática de cualquier foco supuestamente crítico, la ilegalización y confiscación de más de 1.700 organizaciones sociales, mediáticas y religiosas, el trato odioso a unos 200 presos de conciencia, etc.
El cómo
Tal es la situación ¿Cómo nos libramos de este régimen ? Esa es la segunda pregunta. O más bien la cuadratura del círculo. La pareja Ortega-Murillo sabe muy bien que para volver al poder rompió con la grandes orientaciones sandinistas -progresistas, socialistas, soberanistas- de ayer. Pero también sabe que al seguir llamándose sandinista, con los colores del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), al usurpar a éste, al dirigir la represión contra sus antiguos compañeros disidentes, sus organizaciones o sus hijos, al clientelizar todo lo que queda de las bases populares de este otrora movimiento revolucionario, ha matado política y socialmente al sandinismo. Y ha sofocado permanentemente cualquier amenaza significativa desde la izquierda.
Lo que queda en el centro o en la derecha son oposiciones compuestas, débiles, asustadas con razón por el clima de terror, exiliadas para escapar de la cárcel. Algunas de ellas colaboraron abiertamente con el orteguismo hasta 2018, o incluso dudan en hacerlo aún. No hay ningún proyecto alternativo real. Restablecer la democracia, por supuesto, pero ni siquiera la más mínima propuesta de ruptura con el modelo de desarrollo dominante, injusto y depredador. Para desafiar al poder, para tener un impacto en el equilibrio de fuerzas, cientos de miles de personas tendrían que salir a la calle. Sin embargo, los paramilitares orteguistas, la policía y el ejército, leales al régimen, han disuadido al pueblo nicaragüense durante algún tiempo.
La pareja Ortega y Murillo también sabe que la democratización no se puede imponer desde fuera. Decenas de poderes más ilegítimos en el mundo dan fe de ello. Si el secretario de Estado estadounidense, Blinken, y el jefe de la diplomacia europea, Borrell, se complacieron con calificar a Nicaragua de “tiranía” y de “una de las peores dictaduras”, el pequeño Estado centroamericano sí ha recuperado su fuerte crecimiento económico desde 2021, con… Estados Unidos, Canadá, Panamá y España a la cabeza de los inversores. Al mismo tiempo, una encuesta reciente muestra que los nicaragüenses ya no creen en las protestas callejeras ni en las elecciones para “cambiar las cosas”, sino que el 52% de ellos “tiene la intención de huir del país” lo antes posible. Huir antes que derrocar el régimen. Un objetivo menos arriesgado.