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BRICS+ : una perspectiva crítica

Aunque los BRICS+ forman parte del necesario reequilibrio de la balanza de poder mundial, dista mucho de ser una alternativa saludable para los países del Sur. Tras la retórica de la solidaridad Sur-Sur, su cooperación refuerza el modelo extractivista y amplifica las asimetrías. En lugar de una interpretación binaria de las relaciones internacionales, las fuerzas progresistas deberían sentar las bases de un nuevo internacionalismo.

Desde hace unos quince años, los BRICS se imponen en la escena mundial, alterando los equilibrios geopolíticos y cuestionando las desigualdades inherentes al sistema económico poscolonial dominado por Occidente. Al tratar de construir un mundo multipolar más acorde con su peso económico y demográfico, cristalizan las aspiraciones de los países del Sur global de romper con un orden internacional percibido como injusto, incapaz de responder a sus necesidades de desarrollo y a los grandes retos a los que se enfrenta la humanidad.

En vísperas de la cumbre de los BRICS que se celebrará en Johannesburgo en agosto de 2023, el embajador sudafricano ante el bloque resumió bien estas aspiraciones : “El sistema [es similar al] apartheid sudafricano, donde la minoría decide por la mayoría, nada ha cambiado en el escenario mundial actual. No queremos que nos digan lo que es bueno para nosotros, queremos que se redibujen, reformen y transformen las líneas divisorias de la actual arquitectura de gobernanza mundial. […] Queremos participar en el proceso de creación de una comunidad mundial más equitativa, inclusiva y multipolar [...]” (Al Jazerra, 22 de agosto de 2023).

Esta cumbre, el primer encuentro cara a cara desde la epidemia de Covid-19 y la invasión de Ucrania, que reunió a los dirigentes de Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, y a unos sesenta jefes de Estado más, en su mayoría del Sur global, pretendía ser ambiciosa. En un contexto marcado por la congelación de activos rusos, la exclusión de sus bancos de la red Swift y la prohibición de importar petróleo ruso, la cumbre, que cuestionó el dominio del dólar en la arquitectura financiera y monetaria internacional y criticó su uso como arma por parte de Estados Unidos, pretendía liberar “a los países emergentes de la subordinación a las instituciones financieras tradicionales” (Luiz Inácio Lula da Silva) mediante la promoción de medios de pago alternativos basados en las monedas nacionales y el fortalecimiento del “Nuevo Banco de Desarrollo” de los BRICS.

Bajo el lema “BRICS y África : una asociación para el crecimiento mutuo acelerado, el desarrollo sostenible y un multilateralismo inclusivo”, el bloque también se ha centrado en reforzar sus lazos con el continente a través de una cooperación Sur-Sur “en pie de igualdad”, mutuamente beneficiosa y basada en el estricto respeto de la soberanía, que han sido los principios rectores de la coalición desde su creación. Sin embargo, la reunión tenía como principal objetivo formalizar la adhesión de nuevos miembros al bloque. Tras intensas negociaciones, los BRICS anunciaron finalmente la ampliación de la coalición a seis nuevos países, elegidos con el evidente objetivo de ganar mayor influencia en el equilibrio mundial : Irán, Argentina, Egipto, Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos y Etiopía.

Los países BRICS ampliados (BRICS+) tienen ahora una población de casi 3.600 millones de habitantes, lo que representa el 46,6% de la población mundial. Su peso económico (36% del PIB mundial en términos de paridad de poder adquisitivo) supera al de los países del G7 (en torno al 30% del PIB mundial y el 10% de la población mundial), y se espera que alcancen el 50% de la riqueza mundial en 2050 (frente al 20% del G7). Serán responsables del 38,3% de la producción industrial mundial, representarán el 25% de todas las exportaciones de mercancías y ya acaparan casi el 40% de la inversión mundial en infraestructuras. También controlarán el 54% de la producción mundial de petróleo, más del 53% de las reservas de gas natural, el 40% de las reservas de carbón y casi la mitad de la producción de alimentos. Por último, dominarán el mercado de metales y minerales críticos y estratégicos, esenciales para la transformación energética y las tecnologías avanzadas (Ventura, 2023 ; Pröbsting, 2023).

Aunque provocó una mezcla de temor y sarcasmo en los medios de comunicación occidentales, el anuncio de su llegada al poder despertó inmediatamente el entusiasmo de muchos intelectuales de izquierda, tanto del Norte como del Sur. Ramón Grosfoguel, figura destacada del movimiento descolonial, lo ve como la culminación de una auténtica “alternativa multipolar al mundo unipolar dominado por Estados Unidos y sus aliados europeos, cómplices del imperialismo”, es decir, un mundo paralelo “pluriversal” y “emancipador” que respete por fin la “soberanía” de los pueblos (TeleSur, 23. agosto de 2023) ; el sociólogo marxista argentino Atilio Borón, el advenimiento “de un mundo poshegemónico”, “una nueva realidad internacional mucho más favorable al desarrollo, la industrialización y la mejora de las condiciones de vida en el Sur global” (TeleSur, 24 de agosto de 2023) ; y el sociólogo portugués Boaventura de Sousa Santos, la posibilidad de un “capitalismo no colonial”, una alternativa “tal vez más radical que la alternativa entre socialismo y capitalismo” (2024). Junto a ellos, muchos intelectuales, periodistas de izquierda y activistas celebraron lo que consideraron un golpe al imperialismo, cuando no al capitalismo occidental (Robinson, 2015 ; 2023). Y el inicio de un proceso de “desoccidentalización” del mundo.

No cabe duda de que el fenómeno BRICS simboliza el desplazamiento del centro de gravedad económico mundial del Norte al Sur. La “desoccidentalización” que muchos reclaman está en marcha. Y esto es quizá más evidente en las estadísticas económicas. Como manifestación de la pérdida gradual de influencia de los países del centro, ya está emergiendo en algunos aspectos un mundo multipolar. Prueba de ello es, en particular, el rechazo cada vez más claro de los países del Sur a unirse a los del Norte en las grandes cuestiones internacionales y su deseo común de poner fin a la hegemonía del dólar, en un contexto de crecientes tensiones internacionales (Ucrania, Palestina, etc.), de reconfiguración de las alianzas y de creciente rivalidad entre China y Estados Unidos.

¿Es el ascenso de los BRICS sinónimo de una alternativa antiimperialista o incluso anticapitalista al orden internacional y a la hegemonía neoliberal ? ¿Significa el final de un sistema neocolonial injusto que crea exclusión y desigualdad ? ¿Anuncia la aparición de relaciones más equilibradas entre los Estados y de nuevas formas de solidaridad entre los países en desarrollo ? ¿Prepara el camino para otros modelos de desarrollo más capaces de corregir la injusticia global y las asimetrías entre el Norte y el Sur ? ¿Es, en definitiva, el inicio de un proceso de emancipación para una humanidad hasta ahora marginada, o refleja simplemente el deseo de sus miembros de barajar las cartas a su favor sin cambiar fundamentalmente las reglas del juego ? A pesar de su retórica progresista, ¿no tienden los países BRICS a reproducir en sus esferas de influencia la lógica de dominación y explotación que caracteriza las relaciones Norte-Sur ? Estas son las preguntas a las que trata de responder este nuevo número de Alternatives Sud, continuando un proceso de reflexión sobre las nuevas coaliciones de Estados del Sur, su significado, retos, perspectivas y límites que se inició hace más de una década [1].

¿Resurrección del espíritu de Bandung ?

La mayoría de las interpretaciones militantes del fenómeno BRICS se apresuran a encontrar un paralelismo, cuando no una analogía, entre este bloque y otras formaciones anticoloniales de Estados del Sur, como el Movimiento de Países No Alineados, que se formó en la Conferencia de Bandung (Indonesia) de 1955, el Grupo de los 77, constituido en 1964 para llevar la voz del entonces “Tercer Mundo” a los foros internacionales, y el Movimiento por un Nuevo Orden Internacional, que se formó en la década de 1970.

Tras casi treinta años de eclipse relacionado con la internacionalización del modelo neoliberal tras el colapso de la URSS, el “Sur global” (el nombre más reciente de este antiguo “Tercer Mundo”) está volviendo supuestamente a la escena internacional. Y los BRICS es su última y más exitosa manifestación, reviviendo el espíritu de Bandung y el llamamiento a un nuevo orden económico internacional. Cumbre tras cumbre, los líderes de los países de la alianza no dejan de referirse a ello, incluso en sus declaraciones conjuntas. Sin embargo, es difícil asociar los BRICS+ con estas experiencias anteriores del “Tercer Mundo”, dada su trayectoria, sus relaciones y los intereses reales que les guían.

Génesis y trayectoria

En primer lugar, conviene recordar que los BRICS no fue originalmente el resultado de un proyecto conjunto y coordinado. De hecho, esta alianza es una de las pocas entidades internacionales que recibió un nombre antes de que se sentaran sus bases institucionales u organizativas. O incluso antes de que se planteara su creación. Irónicamente, la creación de los BRICS fue inspirada desde el exterior por el gran banco occidental Goldman Sachs. Fue uno de sus economistas jefe, Jim O’Neill, quien en 2001 acuñó el acrónimo -entonces todavía “BRIC”- para referirse a los cuatro mercados internacionales (Brasil, Rusia, India y China) con mayor potencial de crecimiento e inversión y destinados a tener una influencia creciente en la economía mundial. Sólo unos años después de la introducción del término cristalizó una convergencia efectiva de estos tres grandes actores en forma de “institución” (García, 2019 ; García y Bond, 2019 ; Stuenkel, 2020).

El germen de esta coalición se encuentra en el proyecto IBSA, una coalición formada en 2003 por India, Brasil y Sudáfrica en respuesta a las dificultades causadas a estos países por la aplicación restrictiva de los derechos de propiedad intelectual en la OMC. En aquel momento, India era un importante productor de medicamentos genéricos y Sudáfrica y Brasil eran sus principales compradores. Frente a la presión de las grandes empresas farmacéuticas del Norte, estos países intentaron flexibilizar estos derechos, considerados una barrera al comercio y un obstáculo para sus políticas sanitarias.

Retomando la retórica de la cooperación Sur-Sur, también denunciaron las asimetrías globales en la liberalización agrícola, cuestionaron el papel dominante del G8 en la gobernanza global, insistieron en el respeto del derecho internacional y pidieron una reforma profunda de las Naciones Unidas y de las instituciones financieras internacionales (Bello 2014 ; García y Bond 2019 ; Stuenkel 2020). Como declaró entonces el ministro de Asuntos Exteriores brasileño, el objetivo era “reorganizar el mundo en la dirección esperada y deseada por la inmensa mayoría de los seres humanos” (citado en Stuenkel, 2020).

Aunque el IBSA no tiene la misma visibilidad mediática que los BRICS y no habrá alcanzado su nivel de institucionalización, esta iniciativa marcará un primer paso decisivo en la determinación de estos “nuevos majors” de buscar áreas comunes de cooperación y profundizar en sus sinergias. El acercamiento a Rusia y China vendrá después. En 2006 se celebró la primera reunión informal de los Ministros de Asuntos Exteriores de India, Brasil, China y Rusia con el objetivo de crear un foro común de diálogo. Sin embargo, no fue hasta 2007-2008 cuando se produjo un verdadero giro en sus relaciones, precipitado por la crisis financiera de aquellos años. Como explica Oliver Stuenkel, la crisis, que vino de Occidente, “desempeñó un papel decisivo no sólo porque reforzó la narrativa de la multipolarización, sino también porque transformó a los BRICS en una agrupación política” que ahora trabajaría para desarrollar “posiciones comunes en varias áreas, empezando por la gestión financiera internacional” (ibíd.).

Ante la onda expansiva provocada por el hundimiento del sistema financiero y la consiguiente crisis crediticia, que desacreditaría definitivamente a los actores dominantes de la gobernanza mundial a los ojos del Sur Global, los cuatro países adoptaron una serie de exigencias comunes. A cambio de su contribución al rescate del sistema financiero, exigieron y obtuvieron su lugar en un club de potencias muy selectivo : el G20, más inclusivo que el G8, será considerado a partir de ahora el principal foro de diálogo y concertación a escala internacional. También exigen que se reforme a su favor el sistema de cuotas en el Fondo Monetario Internacional (FMI), lo que se les concederá... a expensas de otros países del Sur (García y Bond, 2019).

Cada vez más conscientes de su lugar y su papel en los asuntos mundiales, y tras abrir varios canales de debate mutuo y celebrar varias reuniones ad hoc al margen de los grandes encuentros internacionales, formalizaron finalmente su convergencia en su primera cumbre, celebrada en Ekaterimburgo (Rusia) en 2009. Los cuatro miembros se fijaron como objetivo buscar soluciones para mejorar la situación económica mundial, reformar las instituciones financieras y reforzar sus relaciones bilaterales sobre la base de los principios de no injerencia, igualdad de socios y beneficio mutuo. Luego esta primera cumbre, acordaron finalmente la necesidad de una nueva moneda de reserva internacional para contrarrestar al dólar y estabilizar el sistema financiero mundial (Stuenkel, 2020). En 2010, Sudáfrica se unió al grupo. Desde entonces, ha sido el portavoz del continente africano en su seno.

Como consecuencia del crecimiento exponencial del comercio entre sus miembros, el grupo ha experimentado un proceso de “fortalecimiento institucional”. Entre las cumbres, que ahora se celebrarán anualmente, se celebrarán numerosas reuniones para debatir áreas específicas de cooperación. Y se crearán espacios de diálogo entre organismos gubernamentales o entidades no gubernamentales nacionales, como el BRICS Business Council, el Think Thank Council and Academic Forum y el Foro de la Sociedad Civil de los BRICS, creados en 2015 por iniciativa de Moscú (sic). Fieles a sus compromisos anteriores, los miembros también tomarán la decisión de poner en marcha un Acuerdo de Reservas Contingentes (Contingent Reserve Agreement, el CRA) para abordar las cuestiones de balanza de pagos.

Sin embargo, crearán sobre todo un Nuevo Banco de Desarrollo (NBD) para financiar proyectos de infraestructuras y energía en su territorio y en otros países en desarrollo. Con un capital inicial de 50.000 millones de dólares, el Nuevo Banco de Desarrollo de los BRICS se presentará como un instrumento financiero alternativo al Banco Mundial (García, 2019 ; García y Bond, 2020 ; Bond, 2022). Como tal, será aclamado por algunos comentaristas entusiastas como un importante punto de inflexión en la reconfiguración del orden económico neoliberal. Radhika Desai escribe : “Los países BRICS [ahora] comparten un nexo de unión : su experiencia compartida y su rechazo del modelo de desarrollo neoliberal de las últimas décadas [...] llevan mucho tiempo pidiendo la reforma del FMI y del Banco Mundial, pero se han encontrado con resistencia. En lugar de esperar, han decidido actuar” (The Guardian, 2 de abril de 2013).

¿Un golpe al sistema de Bretton Woods ?

Al insistir en el respeto de la soberanía de los países prestamistas, la ausencia de condicionalidades y la promoción de monedas distintas del dólar en las transacciones comerciales de los países miembros, estos nuevos instrumentos son realmente innovadores en el sentido de que permiten a los países del Sur acceder a nuevas líneas de crédito e instrumentos comerciales sin tener que someterse a obligaciones de reforma. Sin embargo, no son revolucionarios.

En su modo de funcionamiento, el NBD no difiere esencialmente de otras instituciones similares, como el Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras (BAII), creado el mismo año por iniciativa de Pekín (2014). Ni siquiera de otros bancos de desarrollo vinculados al sistema financiero tradicional, salvo por la ausencia -oficial- de regulaciones macroeconómicas y políticas. Al igual que el G20, el Banco Mundial y muchos bancos de desarrollo regionales y nacionales forman parte del mismo movimiento de financiamiento de proyectos de infraestructuras y energía para promover el crecimiento en los países en desarrollo, en particular mediante acuerdos de colaboración público-privada (García, 2017 ; 2019 ; García y Bond, 2019 ; Bond, 2022).

Ana García señala : “A pesar de [...] las expectativas geopolíticas [...] tanto el NDB como el CRA han demostrado ser complementarios, no antagónicos, a las instituciones multilaterales existentes.” (2019) Como declaró el primer director de la institución antes de firmar el acuerdo de asociación con el Banco Mundial, el NDB no debía convertirse en un “banco político” : “[se] guiará por criterios técnicos para aprobar proyectos. Nuestro acuerdo constitucional es claro a este respecto. Queremos evitar sobrepolitizar las decisiones que se toman en las instituciones multilaterales existentes” (citado en García, 2019).

Lo mismo ocurre con el CRA. Su convenio constitutivo establece explícitamente que todos los prestatarios deben solicitar al FMI un “paquete de ajuste estructural” después de recibir el 30% de la cantidad prestada. Se trata de una forma encubierta de reintroducir la condicionalidad después de haber sido denunciada en voz alta (García y Bond, 2019 ; Bond, 2022). Como este ejemplo también demuestra la presión que están ejerciendo los países para aumentar su peso en las instituciones financieras internacionales, revela una gran brecha entre el discurso de los países BRICS y su práctica real, una ambivalencia que Patrick Bond (2023) describe como “talk left, walk right”. Volveremos sobre este tema más adelante.

Una coalición sinocéntrica

Otro rasgo que caracteriza a los BRICS y relativiza los principios de igualdad y beneficio mutuo en los que se basa su cooperación es el predominio absoluto de China, que difícilmente puede compararse con un país del Sur global como Rusia. China representa más del 70% de la riqueza producida por todos los países del bloque (antes de su ampliación). Su PIB (en 2022) supera los 18 billones de dólares, frente a los 3,4 billones de India, los 2,215 de Rusia, los 1,924 billones de Brasil y los apenas 420.000 millones de Sudáfrica. En otras palabras, la economía china es cinco veces mayor que la india. Y ocho, nueve y casi cuarenta y tres veces mayor que la de Rusia, Brasil y Sudáfrica [2].

El nivel de desarrollo industrial de China explica esta gran diferencia. También se refleja en la estructura del comercio entre el gigante asiático y los demás miembros de la coalición histórica, que se asemeja a una relación norte-sur o centro-periferia. Mientras que el comercio entre China e India está relativamente equilibrado, las exportaciones chinas a Rusia, Brasil y Sudáfrica son principalmente productos manufacturados o semimanufacturados, mientras que las importaciones de China procedentes de estos países son principalmente materias primas : minerales, petróleo, gas y alimentos.

Según el periodista y activista progresista argentino Carlos Carcione, dados estos evidentes desequilibrios, es una mistificación considerar a los BRICS un “grupo solidario de lucha contra el imperialismo”. “Las enormes desigualdades dentro de los BRICS los hacen funcionales a los planes y necesidades de China” (2023), a pesar de los principios de estricta igualdad de socios y beneficio mutuo en los que se basa la alianza. También sugiere que China tiene la capacidad de influir de forma decisiva -y cada vez más significativa- en las directrices de los BRICS y moldear las instituciones asociadas a ellos según sus intereses.

Lo mismo ocurrió con la decisión de ampliar el bloque para incluir a nuevos miembros (que contó con el apoyo de Rusia), a pesar de la fuerte oposición de India y Brasil, que finalmente dieron marcha atrás. La fachada de unanimidad y apretones de manos que siguió al anuncio de la ampliación no sirvió para ocultar las numerosas fisuras existentes entre los miembros de la coalición (Stuenkel, 2023).

Líneas de fractura y divisiones

La negativa de los países BRICS a participar en las sanciones contra Rusia y a sumarse a la narrativa occidental sobre la guerra de Ucrania, para consternación de Europa y Estados Unidos, su deseo común de reformar las instituciones financieras internacionales y acabar con el dominio del dólar, así como su convergencia en la ONU en una serie de importantes cuestiones internacionales, crean la imagen de un grupo unido basado en valores compartidos y una visión coherente de las relaciones internacionales, cuando no de un bloque unificado que lucha contra las potencias occidentales.

La narrativa de un enfrentamiento entre Occidente y el resto (“The West against the Rest”) está sin duda en el centro del discurso de los líderes rusos y, en menor medida, chinos. Refleja su deseo de transformar el grupo en un bloque solidario contrahegemónico que se oponga al llamado Occidente “colectivo”. Esta retórica, que alude regularmente a la responsabilidad de Occidente en la proliferación de conflictos y la opresión secular de los pueblos del Sur, se dirige contra él. Su objetivo es movilizador.

Lo cierto es que los demás miembros históricos del BRICS no ven en absoluto la alianza como un bloque antioccidental. Los presidentes de Brasil, India y Sudáfrica son pragmáticos y nunca han dejado de insistir en ello. Brasil, India y Sudáfrica, al tiempo que desafían el monopolio de las potencias occidentales a la hora de decidir el rumbo del mundo y reclaman el lugar que les corresponde en la gobernanza mundial, se comprometen a mantener buenas relaciones con Estados Unidos y Europa, sus principales socios comerciales. Estos países, que quieren preservar su autonomía y tienden a favorecer las alineamientos múltiples, están participando en diversas formas de asociación estratégica con el Norte, incluso en el frente militar, como el Diálogo Cuadrilateral de Seguridad, que reúne a Estados Unidos, Japón, Australia e India en respuesta al ascenso de China al poder.

Esta es la primera gran línea de fractura. Se manifiesta, entre otras cosas, en las continuas tensiones entre India y China. Y también se manifiesta en los debates sobre la ampliación, que, como hemos visto, cuentan esencialmente con el apoyo de Rusia y China. India y Brasil, temiendo que su propia influencia en un grupo ampliado se viera debilitada, se oponen a ella desde hace tiempo (Stuenkel, 2023).
En el futuro, esta ampliación podría dar lugar a una segunda línea de fractura dentro del grupo, enfrentando a regímenes autocráticos con democracias, ya que la entrada de Egipto, Etiopía, Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos e Irán en la coalición sitúa a gobiernos democráticos de facto (Brasil, Sudáfrica) o que se presentan como tales (India) en una posición minoritaria dentro del bloque ampliado. Tanto más cuanto que Argentina se retiró del proceso de adhesión por decisión de su nuevo presidente, Javier Milei, mucho más interesado en reforzar los lazos de su país con Washington y el FMI (ibid.).

Una tercera línea divisoria, que atraviesa la primera es el estatus internacional de sus miembros, ya que Rusia y China son potencias nucleares (junto con India) y miembros permanentes del Consejo de Seguridad. Ante las reiteradas peticiones de India y Brasil de un asiento permanente en el Consejo de Seguridad, China y Rusia se muestran uniformemente reticentes a compartir sus privilegios con nuevos aspirantes (García y Bond, 2019 ; Stuenkel, 2023).

Una alianza oportunista

Como muestran Laerto Apolináro Júnior y Giovana Dias Branco en este número de Alternatives Sud sobre las posiciones de los países BRICS en el conflicto Rusia-Ucrania, su consenso en varias cuestiones internacionales importantes tiene más que ver con sus propios intereses económicos y geoestratégicos interesados que con motivos políticos o ideológicos. Es también esta mezcla de consideraciones pragmáticas, intereses contingentes y celo soberanista la que ha llevado a la cooptación de nuevos miembros y motivado a su vez su entrada en los BRICS.

No cabe duda de que esta vaga coalición de actores con intereses divergentes pretende corregir ciertos desequilibrios flagrantes a nivel internacional, pero calificar de “antiimperialista a un grupo de líderes como Modi (India), Mohammed ben Salman (Arabia Saudí) y Sisi (Egipto), estrechos aliados de Estados Unidos”, es “una gran exageración”, señala Prabhat Patnaik (2023). Por otra parte, ¿qué es la agresión rusa en Ucrania sino una guerra de carácter imperial, o conflictos por poderes librados por Arabia Saudí e Irán en violación de los preciados principios BRICS de no injerencia y respeto a la soberanía ? ¿Cómo calificar la guerra del gobierno etíope en Tigray ? ¿O la represión de los uigures por parte de China ? ¿O la represión de la India contra su población musulmana ?

Como señalan Tithi Bhattacharya y Gareth Dale en este libro, el Movimiento de Países No Alineados y el Movimiento por un Nuevo Orden Económico Internacional se guiaban por fuertes valores compartidos, ideología y compromisos políticos : Rechazaban el colonialismo, denunciaban la ocupación israelí de Palestina y el apartheid en Sudáfrica, cuestionaban las injusticias socioeconómicas, afirmaban la solidaridad Sur-Sur y promovían modelos alternativos de desarrollo (nacionalización de los recursos, regulación de las empresas multinacionales, condonación de la deuda, transferencia de tecnología de los países ricos, etc.).

Nada de esto puede encontrarse en los BRICS+. Prueba de ello es la timidez con la que condenaron la invasión israelí de Gaza (principalmente por la proximidad de la India de Modi a Israel y el acercamiento actualmente congelado entre este país y Arabia Saudí). Pero también la naturaleza de las relaciones económicas que los miembros de la coalición mantienen con otros países del Sur, que son la antítesis de la idea de solidaridad Sur-Sur que promueven.

Los BRICS y el Sur global : ¿asociación saludable o relación entrampada ?

Además de los ingentes recursos -en forma de préstamos, inversiones, ayudas y ofertas de servicios- que ponen a disposición de los países del Sur, su denuncia de los desequilibrios mundiales y sus críticas al doble rasero de Occidente, la retórica de los BRICS sobre la “cooperación Sur-Sur” atrae a muchos países en desarrollo, enfriados por décadas de ajustes económicos y endeudamiento con consecuencias desastrosas para sus poblaciones. Tanto más cuanto que los miembros del BRICS no son considerados antiguas potencias coloniales y, por tanto, son inmunes al resentimiento que alimenta el rechazo de Occidente hacia el Sur.

Retomando el lenguaje de la solidaridad Sur-Sur caro a los viejos movimientos anticoloniales (beneficios mutuos, multilateralismo, coexistencia pacífica, no injerencia en los asuntos internos, respeto de la soberanía y la integridad territorial, justicia económica, etc.), apoya la creencia de que las relaciones económicas que se establezcan entre los países BRICS y los países del Sur global serán menos desequilibradas, más equitativas y acordes con las necesidades y aspiraciones de la población de los países pobres. En definitiva, los países BRICS serían portadores de nuevas prácticas de cooperación y desarrollo capaces de corregir las desigualdades socioeconómicas mundiales. Sin embargo, el análisis de esta relación revela un panorama muy diferente.

Una matriz Norte-Sur

Las dos primeras décadas del siglo 21 han sido testigo de un aumento exponencial del comercio entre los BRICS y los países africanos, así como de un fuerte incremento de las inversiones en numerosos países africanos unido a importantes flujos financieros en forma de ayudas y préstamos. Esta intensificación de las relaciones sugiere que los países emergentes tienen un papel clave que desempeñar en el despegue económico y la recuperación del desarrollo del continente.

Sin embargo, hay que decir que la naturaleza de esta relación tiende a reproducir la dicotomía tradicional entre centros y periferias, reforzando la posición subordinada de los países africanos en la división internacional del trabajo y encerrándolos en un papel casi exclusivo de exportadores de materias primas e importadores de productos manufacturados. Por ejemplo, el 95% de las exportaciones chinas a África son bienes procesados, mientras que los productos primarios representan casi el 90% de las exportaciones africanas a China (principalmente petróleo y minerales, 59% y 26% respectivamente en 2010). La mayor parte de la inversión china en África también se destina a estos sectores (petróleo, gas, minería, etc.), así como a los sectores de la energía y las infraestructuras conexas que sirven de plataformas logísticas. Lo mismo ocurre con la ayuda ligada y los préstamos chinos (CETRI, 2011 ; Dodd, 2020).

Aunque exportan principalmente productos primarios a China (con la excepción de India), en sus relaciones económicas con los países africanos, los demás miembros históricos de los BRICS muestran un perfil Norte-Sur similar, aunque a una escala mucho menor. India exporta a África productos manufacturados, farmacéuticos y servicios. Rusia exporta principalmente armas, fertilizantes y algo de alta tecnología (especialmente en el sector nuclear). Brasil y Sudáfrica exportan bienes industriales, alimentos y productos químicos. A cambio, importan principalmente gas, petróleo, minerales y recursos energéticos de África. Rusia, India, Brasil y Sudáfrica también canalizan la mayor parte de sus inversiones en estos sectores y en infraestructuras.
En ambos casos, el objetivo era asegurarse el acceso a recursos esenciales para su propio crecimiento, promover la expansión de sus propios negocios en el continente y ganar influencia política. Los proyectos financiados por el Banco Nacional de Desarrollo de Brasil en África durante los dos primeros mandatos de Lula, presentados como cooperación Sur-Sur, tenían como objetivo permitir de este modo a las empresas brasileñas ampliar sus actividades en el continente e impulsar la agroindustria del país aumentando las exportaciones de alimentos a estos nuevos mercados (Amasi et al. 2016 ; Dodd 2020).

Como muestran Maristella Svampa y Ariel Slipak en este Alternatives Sud, la estructura del comercio entre China y América Latina, así como la naturaleza y el enfoque de las inversiones, no difieren mucho. Esta relación, que en las declaraciones oficiales se presenta como complementaria, es igualmente desequilibrada. No sólo tiende a reforzar la matriz extractivista del continente en detrimento de otras actividades de mayor valor agregado, sino que coloca a América Latina en una nueva relación de dependencia. Es lo que Maristella Svampa y Ariel Slipak llaman el “consenso de los recursos”, que pronto será reemplazado por un “consenso de la descarbonización”, a medida que se intensifica la carrera internacional por fuentes de energía sostenibles en la transición energética (véase CETRI, 2023).


Lógicas de acumulación y explotación similar

Así pues, lejos de ser una relación “win-win” o mutuamente beneficiosa, la “cooperación” entre los países BRICS y otros países en desarrollo forma parte de un intercambio desigual. Igual que la relación Norte-Sur. “Mientras los países BRICS intentan afirmarse como grupo cohesionado en los foros multilaterales, en África cada uno tiene su propio enfoque y estrategia competitiva. En el contexto más amplio de la acumulación capitalista, la actividad de los BRICS se basa en una lógica de competencia por los recursos naturales y el acceso a los mercados que es de naturaleza imperialista y trae el colonialismo a la era moderna” (García, 2017).

Detrás de la retórica se esconde esencialmente el mismo modus operandi. La lógica de acumulación y explotación es similar : el objetivo es apoderarse de los recursos locales, promover la expansión de sus campeones económicos nacionales, fortalecer su propio crecimiento y encontrar nuevos mercados para sus exportaciones, incluso a costa de poner en peligro la industrialización de otros países en desarrollo (Amisi et al. 2016 ; García 2017).

Los impactos sociales y ambientales de los proyectos iniciados y financiados por los países BRICS son en la práctica los mismos : acaparamiento de tierras y recursos, expoliación de comunidades locales, carrera por el menor denominador común social, destrucción de los entornos naturales. Además de provocar la resistencia de las comunidades desposeídas, también son la causa de la propagación de conflictos socioambientales, como demuestra el caso de las inversiones chinas en América Latina y las brasileñas en el corredor logístico de Nacala, en Mozambique [3].

Baruti Amisi no duda en comparar la competencia por los recursos africanos entre los países BRICS y Occidente con una nueva “scramble for Africa” : “A medida que los países BRICS siguen penetrando en África, los ganadores son las grandes empresas multinacionales y paraestatales, incluidas las con sede en países industrializados [...] que compran productos acabados o semiacabados a los BRICS, así como las élites locales que facilitan el saqueo mediante la corrupción [...] y el acceso a nuestra energía más barata” (Amisi).

El énfasis en las infraestructuras, que se presentan como un requisito previo para la diversificación y el crecimiento económico del continente, podría satisfacer una necesidad real. Del mismo modo, el acceso a nuevas oportunidades de financiamiento sin condiciones ofrece a los países del Sur un mayor margen de maniobra política. Sin embargo, este financiamiento específico interesa ante todo a los países BRICS y a sus empresas. Visto desde esta perspectiva, la construcción de carreteras, presas, puertos o ferrocarriles no difiere mucho de los grandes proyectos coloniales de antaño, señala Baruti Amisi : se trata de “extraer productos primarios para el mercado mundial lo más rápidamente posible” (ibíd.).

Del mismo modo, la ausencia oficial de condicionalidad no está exenta de efectos perjudiciales. Por ejemplo, permite a los regímenes autoritarios eludir sus obligaciones de respetar los derechos humanos y proteger el medio ambiente. Además, no es absoluta, como demuestran los financiamientos chinos, implícitamente vinculados a la negativa del país receptor a reconocer a Taiwán, o las condiciones de acceso al CRA (véase más arriba). Por otra parte, al observador perspicaz no se le escapa que el financiamiento y las inversiones chinas (y a veces las de otros países BRICS) casi siempre están “condicionados” a un acceso privilegiado a los recursos naturales (García 2017 ; Dodd 2020).

Aunque sus condiciones de acceso sean más favorables, los préstamos concedidos a otros países del Sur por estos nuevos donantes no están exentos de consecuencias. Esta nueva forma de endeudamiento, con el riesgo de arrastrar a los países del Sur a una nueva espiral de deuda y dependencia, amenaza también con “reforzar una matriz productiva basada en la exportación de productos primarios, frustrando o debilitando así las posibilidades de desarrollar un entramado productivo más diversificado [...]. Dada la volatilidad de los precios de los productos básicos, esto significa que las economías africanas se vuelven aún más vulnerables” (García, 2017).

Un “neoliberalismo con características del Sur”

El economista indio Vishay Prashad expresó en 2013 sus dudas sobre la capacidad, si no la voluntad, de esta coalición para contrarrestar radicalmente la globalización liberal. El que durante mucho tiempo ha considerado este bloque emergente como el acto fundacional de un nuevo orden económico internacional señaló con amargura que las élites de estos países, que salieron victoriosas de décadas de políticas neoliberales, están mucho más interesadas en sumarse al sistema de gobernanza mundial existente que en transformarlo.

Además de que las reformas deseadas, encaminadas principalmente a un mejor reparto de responsabilidades, no eran muy radicales, la ausencia de una ideología económica alternativa apoyada por los miembros de la coalición y su leve oposición al unilateralismo de Estados Unidos y la OTAN indicaban que la coalición proseguía una política basada esencialmente en la venta de commodities, el mantenimiento de salarios bajos y el reciclaje de excedentes convertidos en créditos ofrecidos al Norte a expensas de su propia población, es decir, la continuidad de un modelo que no dudó en calificar de “neoliberalismo con características del Sur” (2013).

Diez años después, la situación no ha cambiado en lo esencial. En una declaración tras otra, los países BRICS no han dejado de abogar por el libre comercio. Brasil es un ejemplo de ello. Cualquiera que sea el gobierno en el poder, la liberalización del comercio agrícola está en el centro de sus prioridades internacionales. Está convencido de que las barreras comerciales (de todo tipo, incluidas las normativas medioambientales) y las subvenciones minan injustamente la competitividad de su importante sector agrícola, razón por la cual sus esfuerzos en la OMC y las coaliciones ad hoc que ha formado en ella desde principios de la década de 2000 siempre han ido encaminados a conseguir un mercado agrícola mundial libre y sin restricciones.

Está claro que esta política internacional no puede interpretarse como una defensa de los “intereses” de la sociedad brasileña en su conjunto frente al capitalismo occidental o imperial, ironiza el sociólogo William Robinson. Más bien, es una ilustración del peso político del complejo agroindustrial, que Robinson ve como parte de una vasta red de actores transnacionales, “incluidos los Estados, así como las instituciones interestatales y nacionales, a través de los cuales las empresas transnacionales, sus agentes políticos y aliados organizan el capitalismo global y las condiciones de acumulación transnacional en pos de sus intereses de clase o de grupo” (2015).

Esta lectura, que prescinde de las oposiciones binarias Norte-Sur y de las interpretaciones “campistas”, permite explicar la ausencia o casi ausencia de criterios sociales y medioambientales que rigen las inversiones de los países emergentes del Sur y que, en nombre del estricto respeto de la soberanía, se dejan a la discreción de los Estados receptores. También explica la reticencia de los BRICS a abordar las desigualdades internas, que figuran entre las más elevadas del mundo, su despreocupación por las cuestiones medioambientales y su reticencia a apoyar ciertas reformas esenciales a escala internacional.

Lo mismo puede decirse de la lucha contra los paraísos fiscales, que es un buen ejemplo del enfoque de los BRICS de “talk left, walk right”. Aunque los que pregonan al mundo que están reformando la arquitectura financiera internacional, nunca han presentado un plan para combatir el sector financiero offshore. Sin embargo, siguen estando entre los mayores usuarios de estos paraísos fiscales. Brasil es actualmente el segundo mayor prestatario en los mercados extraterritoriales. China, a través de sus empresas estatales, es uno de los principales clientes de los bancos de las Islas Vírgenes Británicas, mientras que India hace un amplio uso de Mauricio para invertir y repatriar sus capitales (principalmente de África). El uso de paraísos fiscales por parte de los oligarcas rusos es bien conocido. El comercio de hidrocarburos rusos se realiza a menudo a través de estas jurisdicciones opacas, que también desempeñan un papel clave a la hora de eludir las sanciones.

Hay que recordar que en estos bancos se ocultan cerca de 7,8 billones de dólares, es decir, el 8% de la riqueza mundial y el 40% de los beneficios de las empresas multinacionales. Y son uno de los principales medios de captación de las riquezas del Sur [4]. En resumen, señalan los autores de un artículo sobre el tema, “los países BRICS están tan implicados en el mundo offshore como las economías occidentales que denuncian. La realidad es que sus gobiernos y élites políticas se benefician [de este] mundo financiero y lo necesitan” (Binder y Soares de Oliveira, 2023).

Por último, como muestran Ana García y otros (2017 ; 2023), los tratados bilaterales de inversión (TBI) firmados entre los BRICS y los países en desarrollo difieren poco, o nada, de los promovidos por los países del Norte. Su principal objetivo es proteger sus inversiones y los intereses de sus multinacionales (el 24% de las 500 mayores empresas del mundo en 2016) de posibles disputas con las autoridades o poblaciones locales. Al igual que los acuerdos de libre comercio que proliferan paralelamente en los BRICS, estos acuerdos bilaterales de inversión tienden a “mantener el orden neoliberal” introduciendo un marco jurídico favorable a los inversores y estimulando la competencia entre los países ricos en materias primas.

Estos acuerdos conducen a los mismos trastornos socioeconómicos, políticos y ecológicos y contribuyen igualmente a la profundización de las crisis sistémicas del capitalismo. Y no es la entrada en la coalición de países como los Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudí, que figuran entre los principales productores mundiales de hidrocarburos y abundantes paraísos fiscales, o Irán, Etiopía y Egipto, que (como los dos primeros) son notorios por su desastroso historial en materia de derechos sociales y humanos, lo que influirá gradualmente en la trayectoria de los BRICS+. A su vez, esto podría acelerar el giro hacia un capitalismo multipolar y autoritario, que es la antítesis del proyecto reformista que inspiró a los protagonistas de la conferencia de Bandung.

Frente al capitalismo multipolar, reconstruir el internacionalismo

Desde la última reunión de los BRICS, señala Branko Marcetik, los comentaristas occidentales han oscilado entre el alarmismo y la ironía. Algunos lamentan el fin del mundo dominado por Occidente y denuncian la hidra china. Otros relativizan la importancia de la alianza que ahora une a medio planeta. Estas reacciones reflejan el temor de las élites occidentales a que Estados Unidos pierda su estatus de superpotencia (sobre todo en el sentido militar y monetario). Impiden ver con claridad la dinámica en curso, es decir, la progresiva multipolarización del mundo, sin que se produzca una ruptura brutal con Estados Unidos, que mantiene buenas relaciones con la mayoría de los miembros de los nuevos BRICS [...]. Más bien, el principal riesgo de esta alianza reside en los pocos cambios que es capaz de inducir. ¿Desafiaría un orden multipolar la naturaleza del sistema económico dominante y la asimetría entre Estados débiles y fuertes ?” (2023).

Esto es cuestionable dada la trayectoria de los BRICS, su orientación y la naturaleza de sus relaciones con otros países del Sur. Su ascenso contribuye sin duda al necesario reequilibrio de las relaciones de poder a escala mundial y a la ampliación del margen de maniobra política de los Estados del Sur global frente a las presiones y exigencias de los países del Norte y de las instituciones financieras internacionales. Es significativo que cuarenta países hayan manifestado su interés por adherirse a los BRICS, además de los veinte que presentaron formalmente su candidatura antes de la Cumbre de Johannesburgo. Esto demuestra hasta qué punto el rechazo al orden internacional dominado por Occidente y la reivindicación de un mundo multipolar están profundamente arraigados en el resto del mundo. Esto debe tenerse en cuenta.

Sin embargo, no hay pruebas de que se esté avanzando hacia una mayor justicia socioeconómica. Aunque los BRICS abogan por un mejor reparto de funciones y responsabilidades a escala internacional y cuestionan la hegemonía del dólar, se han mostrado poco dispuestos a emprender reformas profundas del sistema económico internacional para redistribuir más eficazmente la riqueza en favor de los países más pobres. Por el contrario, las relaciones que los miembros del BRICS mantienen en su seno y con los países del Sur tienden de facto a reproducir las relaciones de dominación de tipo colonial que caracterizan las relaciones Norte-Sur. Los efectos en la práctica son los mismos.

En este sentido, los BRICS+ no amenazan con cuestionar las injusticias estructurales profundizadas por la globalización, sino más bien con reforzarlas : “El esquema sigue siendo el mismo, advierte Souleymane Gassama : “Tierra de futuro, de juventud, todavía rico en recursos, víctima en muchos aspectos de la fragilidad estructural, a pesar de las disparidades de fortuna entre países y regiones, el continente [africano] sigue siendo visto como una oportunidad, con una mezcla de brutal depredación capitalista combinada con poder blando, donde el objetivo de los recién llegados es también jugar con los afectos y su ausencia de pasivo colonial” (RIS, 2023).

Habría que recordar a quienes consideran a los BRICS+ un factor de estabilidad y paz que Rusia y algunos de los nuevos miembros (Arabia Saudí, Irán, Etiopía) han estado o están implicados en conflictos mortíferos, directa o indirectamente, o en políticas de poder. Y que el atractivo de los BRICS+ no es ajeno al pobre historial democrático y de derechos humanos de algunos de sus miembros, con su dura represión de cualquier forma de protesta o incluso con su abierto rechazo del “universalismo”, que se presenta como una imposición neocolonial y como tal se utiliza para justificar la represión de cualquier atisbo de protesta.

Ya en 2015, William Robinson advirtió contra la tendencia de muchos activistas e intelectuales de izquierdas a interpretar los BRICS como una alternativa progresista y/o antiimperialista al mundo unipolar dominado por Occidente, con lo que corren el riesgo de convertirse en partidarios de los regímenes represivos y las élites transnacionales que los gobiernan y obtienen su riqueza precisamente a través de la integración en el mercado global.

Además de que esta visión no se corresponde con la realidad, ya que el principal objetivo de los BRICS es “construir un capitalismo más expansivo y equilibrado” (2015), tal lectura desdibuja los puntos de referencia de la izquierda global. Forma parte de una visión maniquea del mundo que reduce las relaciones internacionales a una contradicción irreductible entre bloques. Y contribuye a alimentar la política identitaria al suponer que existe un consenso de intereses prioritarios entre categorías sociales dentro de un mismo marco geográfico. Al hacerlo, socava la necesaria solidaridad entre las víctimas de la rivalidad interimperialista entre el Norte y las potencias emergentes locales.

Como explica la activista feminista india Kavita Krishnan en este número de Alternatives Sud, la aceptación acrítica del concepto de multipolaridad, su nuevo caballo de batalla, ha llevado a la izquierda india a abandonar su solidaridad natural (especialmente con la resistencia ucraniana) e incluso a reproducir la retórica de la derecha india más reaccionaria, maestra en el uso de la noción con fines electorales. Frente a esta perniciosa tendencia, insta a la izquierda a reajustar su brújula y corregir esta “trayectoria desastrosa que la obliga a hablar el mismo lenguaje que los tiranos”.

En lugar de celebrar el advenimiento de una multipolaridad conflictiva, análoga a las teorías reaccionarias sobre el choque de civilizaciones, la izquierda del Norte y del Sur haría mejor en volver a fundamentos, es decir intentar tender puentes sólidos entre las poblaciones que luchan por sus derechos : los resistentes palestinos, los defensores ucranianos, los pacifistas rusos, las feministas iraníes, los campesinos brasileños sin tierra, los uigures en China, los militantes de los derechos humanos en el mundo árabe, los trabajadores pobres estadounidenses, los musulmanes indios, las comunidades rurales e indígenas de África, América Latina y Asia que se resisten al acaparamiento de tierras, a la promoción del modelo extractivista, a los grandes proyectos de infraestructuras, etc. La salvación de la humanidad no depende de los BRICS, como sugiere Boaventura de Sousa Santos (2024). Depende de la capacidad de las fuerzas progresistas para sentar las bases de un nuevo internacionalismo que no esté sujeto a una lectura binaria del mundo que es fuente de tensiones y divisiones en su seno.

Traduccion del francés : Carlos Mendoza.


Notes

[1Véase CETRI (2007), Coalitions d’Etats du Sud. Retour de l’esprit de Bandung, Alternatives Sud, París, Syllepse.

[3Véanse los artículos de Svampa y Slipak y García y Kato en este número.

[4Según el PNUD, cada año salen de África unos 88.600 millones de dólares en flujos de capital ilícito, la mayor parte de los cuales acaba en redes extraterritoriales.


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Cet article a été publié dans notre publication trimestrielle Alternatives Sud

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